Podemos señalar una serie de características que fueron conformando las hermandades y cofradías tal como hoy las conocemos:
- Composición social de las juntas de gobierno. La burguesía militar de la época isabelina, sin desaparecer del todo de las cofradías, fue dejando paso a la burguesía civil (profesiones liberales, industriales, comerciantes adinerados) y a las clases subalternas de la Armada. Pero las hermandades conservaron como «protectores» a personalidades de la alta sociedad isleña: almirantes, generales y jefes de la Armada, propietarios y rentistas (algunos de ellos eran también marinos). Y el espíritu y la composición preferentemente castrense persistió sobre todo en la refundada hermandad de la Vera Cruz.
- Economía. Era ya muy semejante a la actual. Los ingresos procedían fundamentalmente de las cuotas o limosnas de los hermanos y de lo que se recaudaba en los cultos. Cuando se aproximaba la Semana Santa se hacía postulación por la ciudad y se recibía una subvención municipal, como formas de ingreso extraordinario. Los gastos principales eran los derivados de la salida procesional, los originados por los cultos internos, los dedicados a sufragios por los cofrades difuntos, aparte de los de conservación y renovación del patrimonio y enseres.
- Gobierno. Se potenció la figura del hermano mayor (que además fue dejando de denominarse prioste) frente al tradicional mayordomo omnipotente. Se desdoblaron las funciones de mayordomo y tesorero. En las juntas destacó la presencia significativa y decisiva del hermano protector u honorario: un mecenas o prócer cofrade, personalidad pudiente y con relevancia política, perteneciente a familias de la conocida como buena sociedad isleña, que sostenía financieramente a la hermandad en momentos de apuros económicos. Estas personas fueron un reflejo, primero, del sistema caciquil imperante en la Restauración; después, de la forma de gobernar de los años veinte, es decir el estadista tenido por hombre providencial e insustituible, organizador y pacificador.
- Cultos. Se impulsó definitivamente la procesión como culto fundamental. Era siempre el acto más deseado por los hermanos y cofrades, aunque no pocas veces se suspendía por falta de recursos. Los cultos internos, por otra parte, casi nunca dejaron de celebrarse por imperativo estatutario, aunque sí por causas económicas.
La nueva, renovadora e innovadora Hermandad de la Vera Cruz se convirtió en el modelo a imitar por las demás en los cultos y fue la joven cofradía que llegó con empuje y medios, de la que copiaron las viejas hermandades aletargadas: se fue imponiendo su orden castrense y su empaque, su procesión organizada y modélica, sus diversas innovaciones (p.ej., suprimió la vieja costumbre de los penitentes asalariados, cuyo comportamiento solía dejar mucho que desear).
Las andas, los pasos, eran todavía pequeños, cargados al estilo gaditano (por fuera, con el hombro, con horquillas). Para las imágenes marianas cotitulares apareció el templete, aunque la Virgen del Carmen fue proclamada Patrona en 1921 ya en un paso de palio. Se adaptaron a los pasos las innovaciones técnicas en el alumbrado y la iluminación: combustibles como acetileno o calcileno, finalmente electricidad. Hubo numerosos estrenos de enseres para las veneradas imágenes. La tipología de insignias era igualmente más cercana a la actual. La música era fundamental en los cultos internos (funciones con interpretaciones de piezas sacras con solistas, coro y orquesta) y en los externos (omnipresencia de la banda de cornetas y tambores de Infantería de Marina abriendo marcha y de la banda de música del mismo Cuerpo militar cerrando la comitiva tras el paso).
- Abandono total, aunque escalonado, de la previsión social. Las cofradías fueron dejando de costear los entierros de los hermanos; como mucho, se decía un número determinado de misas en el altar del titular por el alma del fallecido. Pero sí asistían con sus estandartes a los sepelios de los cofrades difuntos, acompañando al cortejo fúnebre hasta el cementerio, costumbre ésta que persistirá incluso durante la Segunda República.
- Fueron también los años en que la historiografía romántica local (Cristelly, García de la Vega, Monfort) publicó por vez primera datos históricos sobre las hermandades y cofradías isleñas, aunque ni completos ni sistemáticos. Igualmente estos autores recogieron y dieron a conocer en sus obras las leyendas que hermoseaban los orígenes neblinosos de algunas de estas asociaciones, principalmente las relacionadas con las imágenes de Jesús Nazareno y Cristo de la Vera Cruz, que serían transmitidas, repetidas, adornadas y desvirtuadas por las siguientes generaciones de historiadores locales.