La saeta en la Isla

No es saetera la persona que ocasionalmente canta una saeta sino aquella que con su canto o cante contribuye al esplendor de ese entramado vocacional que constituye la Semana Santa.

Con absoluta seguridad la saeta en la Isla debió desarrollar idéntico proceso evolutivo que en el resto de Andalucía. Pero perdiendo de vista la nebulosa informativa de su etapa de preludio, podemos caminar con pie firme sobre la conformación de su propia existencia. La amplia etapa que abarca desde los años finales del siglo XIX hasta mediados del XX es la que consideramos como más brillante y prolífica. No existe parangón alguno de aquellos tiempos con los que llegarían posteriormente. No se trataba simplemente de cantar. Era la pasión existente que se respiraba en el mundillo saeteril. La competencia dura que existía entre los intérpretes. Más aún cuando aparecerían por dinastías que incluso llegaban al desafío. Entendamos que nos referimos al desafío exclusivamente interpretativo.

Y entre las dinastías recordemos a los Caña, una familia con enorme ramalazo artístico. De ellos fueron grandes saeteros Manuel «Gilguerito», que nació en el siglo XIX, también su hermano Ramón, Salerito, el Jarampa y Antonio Caña, éste bastante más joven que los anteriores.

Hoy que las preferencias musicales van por otras vertientes, Antonio Caña Santana, de los últimos descendientes, no canta saetas. Es el cantante solista del grupo seudo-flamenco «Maíta vende cá».

De la familia de los Pelaos del barrio de la Plaza, por encima de todos destaquemos a Inés, conocida como la «del Pelao». Fue excepcional por cualquier estilo. También sonaba muy bien su hermano Maloyo y qué decir de su nieta Pastori de la Isla. Inés era por tanto bisabuela de Niña Pastori. Imprescindible esta alusión para celebrar, más que su condición como saetera, su gran categoría en el arte flamenco, herencia directa de los ecos de aquella fabulosa Inés «la del Pelao».

De la familia Pavón de las Callejuelas (parte baja de la calle San Antonio) cantaban varios de sus miembros pero, por saetas, sobresalieron Luisa y Manuela, también El Balandra. De esta dinastía se recuerda que cantaban pasajes enteros de la Pasión, y también la saeta sencilla, por el estilo de la carcelera.

En la familia Pereira de la calle San Marcos y de la Plaza Sánchez de la Campa, extraordinaria fue Isabel, que nació en el siglo XIX, al igual que su hermano José María. El hijo de éste fue el famoso José El Compare, amigo cabal del que queremos aquí dejar constancia de sus momentos cumbres, aquellos que marcaron su competencia con los no menos famosos saeteros gaditanos Mónica Llamas y Antonio Martín.

Toas las mares tienen pena
pero la tuya es mayó
porque delante lo llevas
atao de pies y manos
a tu Hijo el Redentó.

En la familia Monje, o para entendernos mejor en la familia de Camarón, saetera fue Juana, la madre del genio. En su saeta se daban las esencias virtuosas que, por la gracia de Dios, transmitiría al menor de sus hijos varones, José Monje, «Camarón de la Isla».

De los Pocarropa de la calle San Marcos –eran doce hermanos-, cantaban varios de ellos pero por saetas mencionaremos a El Nía y a Agustín, que tenía la voz amarchenada y mucha melodía en su cante.

De la familia Reyes en las Siete Revueltas, cantó mejor que bien Cristobalina la Gitana. Hondura y conocimiento en todos sus cantes. Su hija Mariquita también cantaba bien sin llegar a la exquisitez de su madre.

De la familia Pérez Casas, del barrio de la Plaza, cantaban el matrimonio y los hijos, Lolita y Manuel, apodado «El Gafas». Este último como saetero –por su categoría- llegó a alternar, cantándolas, con los grandes de su tiempo en la mismísima taberna de la Niña de los Peines y Pepe Pinto, en el bar de la Campana de Sevilla.

En la familia flamenca de los Acolo, en el tramo alto de la calle del Carmen cercano a la calle Real, destacó Manuela.

Hemos memorado algunas familias cantaoras pero entonemos un mea culpa por aquellas que se quedan por mencionar. Lo mismo hacemos por los saeteros que por circunstancias diversas estarán ausentes en sucesivas relaciones.

Con anterioridad clasificamos la saeta en dos grupos concretos: la saeta flamenca y la saeta llana. En la Isla, como modelo de este segundo tipo de saetas, hubo un hombre, Antonio Hernández Homedes, que las bordaba.

La saeta en la IslaCon voz clarísima, una vocalización perfecta y una potencia fuera de lo común, congregaba una multitud cada vez que se disponía a ejecutar su saeta.

Y comenzamos con una relación de saeteros que cada uno de ellos tuvo un historial más que interesante: Antonio Chururú, Perico «El Tate», Rafael Groso, Serafín Tapia, Eduardo Tapia «El Mellizo de la Flores», Juan Antonio Guerrero, «Manolo el Alcantarilla», José Morejón, Rafael Olvera «El Chaqueta», Paco Arellano, José «El Isla», «Boquetito», Antoñito Quintana, Francisca Vega «La Curra»…

Ya más cercanos a nuestros días están los nombres de Federico Oliva, Manolo Bravo, «Bella la de Rufino», Antonio Castillo, Belizón el de la Huerta, Carmen Cotariella, José Barroso, Juan Saldívar, el Toto Saldívar, «Paco El Mijita», Joaquín Cortés, Manuel Armario «Lete», Pedro Periñán «Manteca», Manuel Espinosa, Manuel Sánchez Cabeza, Antonio Valderrama, Maruja Cepero, Diego Cubillana y Francisca Benzo «La Curra». Y entre los más recientes, al menos algunos, están Antonio «El Niño del Parque», Mª del Carmen González, Jesús Moreno, Rafael Vargas Torrejón, José Malia, Juan Sánchez «El Juani», José Cruz Maza, Manuel Lucas, etc.

Capítulo aparte merece El Chato de la Isla que viviendo en Madrid, desde hace casi medio siglo, siempre que su situación se lo permite se desplaza hasta su tierra para cantar por saetas.

Y conste que el Chato no se considera un saetero clásico, pero está sobrado de cariño y devoción.

Especial valoración documental tiene para nosotros el hecho de que Antonia Domínguez -sobre todo antes de contraer matrimonio- gozara de merecida fama como cantaora de saetas. Fue la madre de ese grandioso torero que se llamó Rafael Ortega Domínguez.

La saeta en la Isla

saeta isla1No es saetera la persona que ocasionalmente canta una saeta sino aquella que con su canto o cante contribuye al esplendor de ese entramado vocacional que constituye la Semana Santa.

Con absoluta seguridad la saeta en la Isla debió desarrollar idéntico proceso evolutivo que en el resto de Andalucía. Pero perdiendo de vista la nebulosa informativa de su etapa de preludio, podemos caminar con pie firme sobre la conformación de su propia existencia. La amplia etapa que abarca desde los años finales del siglo XIX hasta mediados del XX es la que consideramos como más brillante y prolífica. No existe parangón alguno de aquellos tiempos con los que llegarían posteriormente. No se trataba simplemente de cantar. Era la pasión existente que se respiraba en el mundillo saeteril. La competencia dura que existía entre los intérpretes. Más aún cuando aparecerían por dinastías que incluso llegaban al desafío. Entendamos que nos referimos al desafío exclusivamente interpretativo.

La saeta en la IslaY entre las dinastías recordemos a los Caña, una familia con enorme ramalazo artístico. De ellos fueron grandes saeteros Manuel «Gilguerito», que nació en el siglo XIX, también su hermano Ramón, Salerito, el Jarampa y Antonio Caña, éste bastante más joven que los anteriores.

Hoy que las preferencias musicales van por otras vertientes, Antonio Caña Santana, de los últimos descendientes, no canta saetas. Es el cantante solista del grupo seudo-flamenco «Maíta vende cá».

 

La saeta en la IslaDe la familia de los Pelaos del barrio de la Plaza, por encima de todos destaquemos a Inés, conocida como la «del Pelao». Fue excepcional por cualquier estilo. También sonaba muy bien su hermano Maloyo y qué decir de su nieta Pastori de la Isla. Inés era por tanto bisabuela de Niña Pastori. Imprescindible esta alusión para celebrar, más que su condición como saetera, su gran categoría en el arte flamenco, herencia directa de los ecos de aquella fabulosa Inés «la del Pelao».

De la familia Pavón de las Callejuelas (parte baja de la calle San Antonio) cantaban varios de sus miembros pero, por saetas, sobresalieron Luisa y Manuela, también El Balandra. De esta dinastía se recuerda que cantaban pasajes enteros de la Pasión, y también la saeta sencilla, por el estilo de la carcelera.

La saeta en la IslaEn la familia Pereira de la calle San Marcos y de la Plaza Sánchez de la Campa, extraordinaria fue Isabel, que nació en el siglo XIX, al igual que su hermano José María. El hijo de éste fue el famoso José El Compare, amigo cabal del que queremos aquí dejar constancia de sus momentos cumbres, aquellos que marcaron su competencia con los no menos famosos saeteros gaditanos Mónica Llamas y Antonio Martín.

Toas las mares tienen pena
pero la tuya es mayó
porque delante lo llevas
atao de pies y manos
a tu Hijo el Redentó.

 

La saeta en la IslaEn la familia Monje, o para entendernos mejor en la familia de Camarón, saetera fue Juana, la madre del genio. En su saeta se daban las esencias virtuosas que, por la gracia de Dios, transmitiría al menor de sus hijos varones, José Monje, «Camarón de la Isla».

 

La saeta en la IslaDe los Pocarropa de la calle San Marcos –eran doce hermanos-, cantaban varios de ellos pero por saetas mencionaremos a El Nía y a Agustín, que tenía la voz amarchenada y mucha melodía en su cante.

De la familia Reyes en las Siete Revueltas, cantó mejor que bien Cristobalina la Gitana. Hondura y conocimiento en todos sus cantes. Su hija Mariquita también cantaba bien sin llegar a la exquisitez de su madre.

De la familia Pérez Casas, del barrio de la Plaza, cantaban el matrimonio y los hijos, Lolita y Manuel, apodado «El Gafas». Este último como saetero –por su categoría- llegó a alternar, cantándolas, con los grandes de su tiempo en la mismísima taberna de la Niña de los Peines y Pepe Pinto, en el bar de la Campana de Sevilla.

La saeta en la IslaEn la familia flamenca de los Acolo, en el tramo alto de la calle del Carmen cercano a la calle Real, destacó Manuela.

Hemos memorado algunas familias cantaoras pero entonemos un mea culpa por aquellas que se quedan por mencionar. Lo mismo hacemos por los saeteros que por circunstancias diversas estarán ausentes en sucesivas relaciones.

Con anterioridad clasificamos la saeta en dos grupos concretos: la saeta flamenca y la saeta llana. En la Isla, como modelo de este segundo tipo de saetas, hubo un hombre, Antonio Hernández Homedes, que las bordaba.

La saeta en la IslaCon voz clarísima, una vocalización perfecta y una potencia fuera de lo común, congregaba una multitud cada vez que se disponía a ejecutar su saeta.

Y comenzamos con una relación de saeteros que cada uno de ellos tuvo un historial más que interesante: Antonio Chururú, Perico «El Tate», Rafael Groso, Serafín Tapia, Eduardo Tapia «El Mellizo de la Flores», Juan Antonio Guerrero, «Manolo el Alcantarilla», José Morejón, Rafael Olvera «El Chaqueta», Paco Arellano, José «El Isla», «Boquetito», Antoñito Quintana, Francisca Vega «La Curra»…

 

La saeta en la IslaYa más cercanos a nuestros días están los nombres de Federico Oliva, Manolo Bravo, «Bella la de Rufino», Antonio Castillo, Belizón el de la Huerta, Carmen Cotariella, José Barroso, Juan Saldívar, el Toto Saldívar, «Paco El Mijita», Joaquín Cortés, Manuel Armario «Lete», Pedro Periñán «Manteca», Manuel Espinosa, Manuel Sánchez Cabeza, Antonio Valderrama, Maruja Cepero, Diego Cubillana y Francisca Benzo «La Curra». Y entre los más recientes, al menos algunos, están Antonio «El Niño del Parque», Mª del Carmen González, Jesús Moreno, Rafael Vargas Torrejón, José Malia, Juan Sánchez «El Juani», José Cruz Maza, Manuel Lucas, etc.

 

La saeta en la IslaCapítulo aparte merece El Chato de la Isla que viviendo en Madrid, desde hace casi medio siglo, siempre que su situación se lo permite se desplaza hasta su tierra para cantar por saetas.

Y conste que el Chato no se considera un saetero clásico, pero está sobrado de cariño y devoción.

Especial valoración documental tiene para nosotros el hecho de que Antonia Domínguez -sobre todo antes de contraer matrimonio- gozara de merecida fama como cantaora de saetas. Fue la madre de ese grandioso torero que se llamó Rafael Ortega Domínguez.

 

 

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