Fernando Mósig Pérez, 2007.
Introducción.
Además de las hermandades y cofradías vigentes, las iglesias de la ciudad de San Fernando contaron con otras numerosas hermandades y congregaciones hoy extinguidas. ¿Qué fue de estas hermandades isleñas? ¿Cuándo se fundaron, cuál fue su trayectoria histórica y por qué desaparecieron? La respuesta a estas preguntas es materia para la envergadura de un libro. Aquí nos limitaremos a ofrecer unas gruesas pinceladas al respecto, concisas pero ilustrativas, contentándonos con posar fugazmente la mirada sobre la brillante y a la vez irregular historia de estas corporaciones, la mayoría de ellas sacramentales, letíficas, de gloria o marianas. Y con reflexionar en plan manriqueño, gracias a ellas, acerca de la inexorable caducidad de las instituciones humanas.
Dividimos la exposición de los copiosos datos en dos apartados que se corresponden con los dos grandes períodos históricos durante los que eclosionaron estas piadosas asociaciones del fieles, un par de períodos que estuvieron separados por las décadas centrales del siglo XIX que fueron tan azarosas para estas hermandades: 1) el siglo XVIII, incluyendo los lustros finales del XVII y los primeros del XIX; y 2) el último tercio del siglo XIX y la primera mitad del XX.
Debemos advertir que incluimos aquí, sólo a efectos didácticos y por comodidad expositiva, algunas antiguas asociaciones que están actualmente todavía activas (p. ej., Santísimo y Ánimas, Apostolado de la Oración, Adoración Noctrina y otras). Lo señalaremos en cada caso concreto.
1.1. Generalidades.
De forma continuada y persistente, la Isla de León entró verdaderamente en la historia ya en el siglo XVIII. Con anterioridad, el solar que fue propiedad de los Suazo y de los Ponce de León había intervenido en el devenir histórico sólo de forma ocasional. Por ejemplo en 1596, con motivo de la heroica defensa que de la imponente fortaleza medieval (mandada edificar por Alfonso X para la salvaguarda y vigilancia del Camino Real que desde el vetusto puente partía hacia Cádiz) hizo el valiente capitán Martín de Echaide frente a las belicosas y saqueadoras tropas inglesas del pirático conde de Essex.
El Setecientos isleño, en cambio, sí estuvo jalonado por una serie de acontecimientos trascendentales que se convirtieron en hitos indelebles de la historia local. Efectivamente, en 1717 se iniciaron las obras del Arsenal de la Carraca, verdadero generador demográfico y económico para la localidad. En 1729 el territorio isleño fue incorporado a la Corona por Felipe V (1700-1746), pasando a denominarse Real Isla de León. Y en la década de 1760, bajo Carlos III (1759-1788), sucedieron tres de los eventos más importantes para la historia local: en 1764 el obispo fray Tomás del Valle consagró la nueva iglesia parroquial, a la que tituló de San Pedro y los Desagravios; en 1766 fue creado el municipio de la villa de la Real Isla de León, independiente de Cádiz, acontecimiento crucial en la historia isleña; y en 1769 se trasladaron aquí desde la capital gaditana las principales instalaciones del Departamento Naval, con todas las consecuencias políticas y socioeconómicas que tal disposición conllevó.
Tales medidas determinaron importantes efectos. La Real Isla de León inició entonces un fulgurante desarrollo que se tradujo necesariamente en un notabilísimo aumento demográfico y urbano. Ello supuso también un incremento de las necesidades espirituales de esa creciente población, máxime en una época en que la religión impregnaba y regía las mentalidades. Fue entonces cuando tomaron cuerpo las hermandades y cofradías isleñas.
La historia de las corporaciones religiosas es, de este modo, paralela a la de la localidad. Aunque su germen puede remontarse al siglo XVII, su aumento y esplendor no acaeció hasta el siglo XVIII. En efecto, el Setecientos fue, a buen seguro, la centuria con más fundaciones y establecimientos de hermandades y cofradías de toda la historia religiosa local.
Puede constatarse fácilmente que al concluir el siglo XVIII se habían fundado en la Real Isla de León más hermandades de gloria (catorce en total: Rosario, Pópulo, Carmen, Santísimo y Ánimas, San Antón, Corazón de Jesús, Esperanza, Santa Bárbara, San Pedro, Pastora, San José, Merced, Pilar, Salud); que de penitencia (cinco: Soledad, Jesús Nazareno, Vera Cruz, Santo Entierro y Expiración); eso sin contar las dos órdenes terceras (franciscana y servita) que tenían una naturaleza jurídica especial. Es decir, las hermandades de gloria o letíficas, sacramentales o marianas, casi triplicaron a las penitenciales o pasionistas. Esta innegable preponderancia se reflejó también en el número de hermanos que integraban las de gloria, como demuestran y refrendan meridianamente los registros parroquiales.
Todas estas hermandades de gloria se regían externa e internamente por las mismas normas y usos que las cofradías de penitencia. El número de sus hermanos fue variable: unos contaron con una nómina importante, como las de la Virgen del Rosario, Santísimo y Ánimas, y Virgen de la Esperanza; pero otras muchas debieron ser bastante minoritarias. El verdadero peso social de estas asociaciones de fieles tuvo que ser liviano; su influencia religiosa entre los isleños, escasa. A despecho de las numerosas fundaciones, no debemos representarnos una Real Isla de León constelada de hermandades y cofradías ni a la mayoría de los isleños formando parte de sus nóminas de hermanos.
La mayoría de ellas pervivían en las primeras décadas del siglo XIX, a excepción de la Cofradía del Santo Cristo de la Caridad y de la Congregación de la Virgen del Pópulo que fueron las primeras en extinguirse, ya en la primera mitad del Setecientos. Pero las nuevas y apremiantes circunstancias políticas revolucionarias surgidas con el cambio de siglo, las necesarias reformas liberales, la naciente mentalidad anticlerical, y, en definitiva, la crisis y desaparición del Antiguo Régimen que ocurrió a lo largo del primer tercio de la centuria decimonónica, fueron comprometiendo su difícil supervivencia, abocándolas finalmente a la extinción.
A mediados de dicho siglo, ya habían desaparecido las hermandades marianas de la Esperanza, Merced, Pilar y Salud. De las demás, unas fueron aletargándose en una agónica decadencia (San Antonio Abad, Santa Bárbara, San Pedro) y otras mudaron de naturaleza transformándose en nuevas asociaciones de fieles.
De las catorce hermandades de gloria dieciochescas que inventariamos al principio, sólo cuatro perduran hoy felizmente: 1) la tricentenaria Hermandad de la Virgen del Carmen; 2) la Esclavitud del Santísimo y Archicofradía de las Ánimas, fusionada desde 2003 con una cofradía de penitencia; 3) la antaño modesta y hogaño pujantísima Hermandad de la Divina Pastora; y 4) la reorganizada y joven Hermandad de San José. Explicar las causas concretas de estas supervivencias resultaría muy complejo y no es este el lugar apropiado.
No incluimos en esta relación, por tener una naturaleza jurídica bastante distinta a las hermandades y cofradías, las asociaciones de la Escuela de Cristo y de la Escuela de María Santísima, de las que, por cierto, ya hemos publicado datos en otros lugares.
1.2. Virgen del Rosario
La Hermandad de Nuestra Señora del Rosario fue fundada probablemente hacia 1656, con motivo de la erección de parroquia en la Isla de León y el nombramiento del primer vicario y cura párroco. Sin embargo, fuentes muy posteriores fijaron la aprobación de esta confraternidad mariana en el año 1732, pero esta fecha debe entenderse, más bien, como la de aprobación de unas reglas u ordenanzas, quizás no las primeras. Por el contrario, algunos historiadores locales decimonónicos publicaron que la Hermandad había sido fundada nada menos que en el año 1641, testimonio importantísimo por su sorprendente precisión y que podríamos dar por cierto si conociéramos la fuente en la que basaba esta afirmación.
En cualquier caso, fuese fundada en 1641 o en 1656, está bien documentado que la Hermandad del Rosario ya existía como tal en el año 1676, fecha de la primera noticia cierta que poseemos sobre la misma. Una prueba de esta antigüedad son los litigios que sostuvo en 1704 y 1754 con la Hermandad de Nuestra Señora del Carmen, que había sido fundada en 1696, sobre derechos de antigüedad y precedencia en los cultos. La autoridad eclesiástica resolvió en ambas ocasiones a favor de la mayor antigüedad de la del Rosario y en beneficio de su derecho a preceder a la del Carmen en las funciones a las que asistieran las dos.
El objeto de esta corporación mariana era el rezo público del rosario por las calles isleñas. Ya en documentos de la Parroquia del Castillo consta que esta hermandad celebraba también solemnemente la festividad litúrgica de octubre, incluyendo una procesión por el exterior del recinto fortificado. Durante casi un siglo, la corporación mariana celebró anualmente sus cultos de octubre en la Iglesia Mayor Parroquial, y, además, organizaba otros ejercicios piadosos los primeros domingos de cada mes.
La Hermandad del Rosario labró a partir de 1740 una capilla anexa al Castillo de los Ponce de León, sobre unos terrenos que le habían sido donados unos años antes. En ella tuvo su sede, realizó sus cultos y sepultó a sus cofrades durante un cuarto de siglo. Trasladada a la nueva Iglesia Mayor Parroquial, adquirió en propiedad en 1765 la primera capilla de la nave de la epístola por la cantidad de mil pesos, con su altar y su correspondiente bóveda para enterramientos, labrando además un magnífico retablo barroco.
La confraternidad rendía culto a una bellísima imagen de talla completa y de mucho mérito artístico, de autor anónimo, que, según es tradición, se trajo de Cádiz. Un inventario del año 1699 confirma ya la existencia de una imagen de la Virgen del Rosario en la primitiva iglesia parroquial del Castillo. No obstante, algunos entendidos aseguran que la imagen es posterior, de mediados del siglo XVIII y de escuela genovesa, emparentada estilísticamente con el San Miguel venerado en la capilla de enfrente. De este modo, la imagen de la Virgen del Rosario que hoy vemos no sería la originaria de la iglesia del Castillo, sino otra tallada ex profeso cuando la corporación se trasladó a la nueva Iglesia Mayor Parroquial. Lo único cierto y evidente es su alto mérito artístico.
Ramón Monfort ya lo observó así en 1895: «La [imagen] de Nuestra Señora del Rosario en dicha Iglesia fue regalada de Cádiz y es de un gran mérito y bellísima y difícil posición sentada con el niño encima de nubes; su rostro es precioso y de perfecta encarnación».
La Hermandad, por otra parte, llegó a ser propietaria de cinco inmuebles que adquirió bien por vía de donación, de legado testamentario o de compraventa. Estas fincas urbanas fueron expropiadas por el Estado y vendidas en subasta pública durante las desamortizaciones decimonónicas.
Durante el siglo XIX, la Hermandad del Rosario vivió un lento declinar, contando con muy pocos recursos y estando formada por un reducidísimo número de cofrades que se afanaban en celebrar sus cultos anuales. No obstante, la ya más que bicentenaria Hermandad del Nuestra Señora del Rosario fue brillantemente revitalizada durante el primer cuarto del siglo XX, gracias a la actividad desplegada por una directiva presidida por don Manuel Pece Casas, que trató de recuperar algo de su antiguo esplendor. Con todo, la asociación mariana cesó su actividad a finales de los años 1920 por causas diversas. Tras la Segunda República y la Guerra Civil, el lento declinar de la hermandad devino decadencia inexorable, hasta su extinción de hecho.
No obstante, hoy día hay un cierto renacer de la advocación mariana del Rosario en esta ciudad: por un lado, la joven y austera cofradía de penitencia de la Virgen del Rosario establecida en la Parroquia de San José Artesano en 1982; por otro, la Asociación de Jóvenes Cargadores Cofrades, que nombró patrona de su asociación a la Virgen del Rosario, dedicándole desde entonces una función anual en su festividad de octubre.
1.3. Santo Cristo de la Caridad
La Cofradía del Santo Cristo de la Caridad, la primera cofradía de penitencia isleña cuya existencia conocemos, fue fundada en la Parroquia del Castillo a lo largo de la segunda mitad del siglo XVII, puesto que está documentada su existencia con dicho título ya en 1676.
El titular de la corporación fue conocido por los isleños simplemente como «el Santo Cristo». El título de la imagen plantea problemas de difícil resolución, a juzgar por los escasos y confusos datos que poseemos. En efecto, parece ser que cambió de título a principios del siglo XVIII: de Santo Cristo de la Caridad pasó a ser denominado Santo Cristo de la Expiración. Sin embargo, en la segunda década de esa centuria se cita la existencia de un Santo Cristo de la Vera Cruz. Las avaras noticias que aportan las fuentes nos impiden saber a ciencia cierta si se trató de tres imágenes distintas; si de una imagen con tres denominaciones sucesivas (Caridad, Expiración y Vera Cruz); o bien si de una con un cambio de título (Caridad y Expiración) y de otra segunda distinta (Vera Cruz). Las referencias simultáneas a un «Santo Cristo» viejo y a un «Cristo de la Vera Cruz» al cual se le dona una corona de espinas de plata, ambas imágenes coexistentes en la Parroquia del Castillo en la segunda década del XVIII, nos hace inclinarnos por esta tercera posibilidad.
Apenas hemos hallado datos sobre los cultos y procesiones que organizaba la asociación cofrade, aunque diversos pagos a la fábrica parroquial por cera usada parece que nos revelan la existencia de tales cultos en honor del Santo Cristo. La vetusta cofradía, por lo demás, quedó inactiva en el primer cuarto de la centuria decimoctava.
La imagen del Santo Cristo permaneció en la iglesia del Castillo y seguramente fue trasladada a la nueva Iglesia Mayor Parroquial en la década de 1760. Hay algunas menciones esporádicas a la imagen en los años posteriores. Durante el siglo XIX y primera mitad del XX, la sagrada imagen era conocido vulgarmente como «el Cristo de las Viudas» y, según los inventarios del templo, estaba situado en la sacristía. Parece ser que se trata del Crucificado que preside el altar mayor desde los años 1960, imagen hoy día muy retocada, pero que los expertos adscriben a la escuela italiana. Un mudo testimonio de la primera y efímera cofradía isleña.
1.4. Virgen del Pópulo
La acendrada devoción gaditana a la Virgen del Pópulo fue un reflejo de la devoción romana, de origen medieval, a los iconos de la Madonna Salus Populi Romani, venerada en la basílica de Santa María la Mayor, y de la Madonna del Pópolo, venerada en su propia iglesia. Esta devoción mariana llegó a Cádiz a fines del siglo XVI y llegó a tener una capilla propia, que fue edificada a principios del siglo XVII sobre un arco de la antigua muralla, a la entrada del barrio al que dio nombre.
La existencia de una Congregación o Compañía Espiritual del Rosario de Nuestra Señora del Pópulo está documentada en la Isla de León desde 1690 y fue creada seguramente a imitación de su homónima gaditana que había sido fundada por el capuchino fray Pablo de Cádiz. La Congregación del Pópulo tuvo su primera sede en el desaparecido Hospitalito de Pobres Transeúntes que fundara don Jorge de Ispis a fines del XVII y que estuvo situado en la actual calle Santísima Trinidad esquina a Real.
Don Diego de Barrios, rico comerciante gaditano hacendado en la Isla de León, donó en 1696 un terreno, situado en las inmediaciones de la plazuela de las Tres Cruces (hoy Alameda Moreno de Guerra), a la congregación para que labrara capilla propia. La corta procesión de traslado y toma de posesión del terreno que se efectuó es uno de los primeros cortejos procesionales isleños de los que tenemos noticias. La edificación de esta capilla fue uno de los caballos de batalla de la asociación isleña a lo largo de las décadas siguientes. Debido a las penurias económicas, nunca fue concluida.
Extinguida la congregación tras corta vida, la capilla inconclusa fue refugio de malhechores y noctívagos. Por los años de 1740 se propuso destinarla a centro escolar, si es que por fin se concluía. Finalmente fue demolida en 1757 y los materiales y terrenos fueron subastados por el obispado, tras alcanzar un acuerdo con los herederos de don Diego de Barrios. Junto a la nonata Capilla del Pópulo, por cierto, se edificó el Hospicio de San Francisco y su iglesia, la actual Parroquia Castrense, lo que tal vez influyó en considerar aquella innecesaria.
El icono titular fue trasladado a la nueva parroquia diocesana en los primeros años de la década de 1760, asignándosele el penúltimo altar de la nave del evangelio, donde se establecería veinte años después la Congregación de San Antonio Abad. La imagen de la Virgen del Pópulo, ya sin asociación de fieles que le rindiera culto, estuvo luego situada en diversas partes del templo parroquial. Y, a pesar de su larga y azarosa historia, todavía podemos contemplarla: un arcaizante y vetusto lienzo situado a los pies de la nave del evangelio, colgado en la pared que da frente a la capilla del Sagrario de la Iglesia Mayor Parroquial.
1.5. Santísimo y Ánimas
Lo primero que debemos decir es que esta antigua e ilustre asociación isleña no está extinguida, sino activa y, hoy día, además, fusionada con una cofradía de penitencia. No obstante, incluimos en este apartado su reseña histórica particular.
Las hermandades sacramentales y las de ánimas hunden sus raíces en tiempos remotos. Ya existieron hermandades bajomedievales tituladas «del Cuerpo de Dios», sobre todo desde la institución de la fiesta del Corpus Christi a principios del siglo XIV. El papa Julio II (1503-1513) concedió en su bula de 1508 numerosas gracias e indulgencias a los cofrades del Santísimo Sacramento. La cruzada emprendida en Sevilla en 1511 por Teresa Enríquez a favor de la creación de este tipo de instituciones, es bien conocida. No obstante, esta clase de corporaciones se fundó con profusión ya a raíz de las normas doctrinales y litúrgicas dictadas por el Concilio de Trento, que las consideró medio idóneo para expresar la piedad eucarística y fomentar el culto al Santísimo Sacramento. Las sacramentales fueron durante la Edad Moderna las hermandades parroquiales por antonomasia.
Así pues, a partir del último cuarto del siglo XVI, no hubo parroquia medianamente importante que no contara con estas asociaciones de fieles, imprescindibles para el adecuado desenvolvimiento de la vida parroquial.
Las hermandades de ánimas, por su parte, son una clase de corporaciones poco o casi nada estudiadas. El origen de las mismas deriva de la necesidad de impetrar a Dios por la salvación de los difuntos mediante las misas dedicadas en sufragio de sus almas. La concepción tridentina del Purgatorio, como destino purificador temporal de las almas que en un primer momento no lograron alcanzar el Paraíso, fomentó también la conveniencia de crear hermandades dedicadas específicamente a rogar por los difuntos. La mayoría de las más antiguas de ellas datan, pues, de la segunda mitad del XVI.
La Venerable Esclavitud del Santísimo y Archicofradía de las Benditas Ánimas es una de las hermandades más antiguas de la ciudad de San Fernando. Sus orígenes y primeras décadas de existencia tuvieron por marco la primitiva Parroquia del Castillo. Fue una de las pocas confraternidades que existieron y desarrollaron su actividad en la fortaleza medieval. De las actualmente activas, sólo la Hermandad de Nuestra Señora del Carmen Coronada le supera en antigüedad.
Ya en 1676-77 hay menciones acerca de la existencia de una hermandad sacramental en la parroquia establecida en la fortaleza de los Ponce de León, pero debió tener una vida corta y sin continuidad. En realidad, la entidad que nos ocupa fue fundada en 1733, rigiéndose durante más de sesenta años por las reglas de la veterana hermandad del mismo título existente en Cádiz. La pujante asociación isleña llegó a conseguir en 1759 carta de filiación con una célebre archicofradía sacramental romana, sita en la iglesia de Santa María Sopra Minerva. En 1796 le fueron aprobadas nuevas ordenanzas por el Consejo de Castilla, siendo prioste (hermano mayor) el general D. Juan de Lángara, lo que supuso un reconocimiento esencial por parte de las autoridades civiles.
La casi tricentenaria vida de esta corporación conoció una etapa de esplendor en el siglo XVIII, centrada en su fiesta principal de la infraoctava del Corpus, en las procesiones de enfermos e impedidos, y en los cultos especiales dedicados a las ánimas, al arcángel san Miguel y a la Inmaculada Concepción. Luego sufrió una segunda etapa azarosa y difícil durante el siglo XIX, en la que estuvo a punto de extinguirse y, de hecho, permaneció inactiva durante varias décadas. Y una tercera etapa, de 1909 a nuestros días, en la que se centró exclusivamente en la celebración de un solemne, piadoso y concurrido quinario en sufragio por las ánimas del Purgatorio, aunque conservó la antigua titulación completa y su naturaleza de hermandad sacramental.
Cuando la Esclavitud y Archicofradía se trasladó desde la vieja Parroquia del Castillo a la nueva Iglesia Mayor Parroquial, adquirió formalmente en 1765 la primera capilla de la nave del evangelio, junto al Sagrario, con su altar y bóveda para enterramiento, satisfaciendo totalmente el importe de 1.000 pesos escudos de a 15 reales de vellón. La confraternidad mandó labrar seguramente por entonces el barroco retablo sobredorado, enriqueciéndolo con figurillas representando a las ánimas y rematándolo con el motivo iconográfico del Cordero Místico y Apocalíptico. Asimismo adquirió por entonces un aposento situado en el lado izquierdo de la entrada del templo parroquial, para custodiar en él sus enseres, habiendo costeado parte de su obra y sus puertas.
La Esclavitud y Archicofradía tuvo en propiedad, que sepamos, dos imágenes del príncipe de las milicias celestiales. Una para presidir la capilla y altar: talla completa de mediados del siglo XVIII, de singular mérito artístico y emparentado estilísticamente con la imagen de la Virgen del Rosario del retablo frontero, por lo que hemos de suponer que procede de la misma gubia anónima, probablemente de escuela italiana, y seguramente policromada por Francisco María Mortola, autor del dorado del retablo. Otra para usarla en procesiones: efigie de finales del XVIII, de tamaño académico, y asimismo de autor anónimo, aunque algunos la atribuyen a los escultores del Arsenal. Durante su tercera etapa histórica, en 1912, la entidad adquirió un altorrelieve representando a las ánimas del Purgatorio, muy venerado por los fieles aún hoy día.
La confraternidad también llegó a poseer algunas casas en la localidad. En efecto, Alonso Pérez-Blanco le donó en 1793 una casa en la calle Ancha esquina a la de San Rafael, aunque revocó esta donación unos años más tarde, pleiteando la hermandad por este motivo. Veinte años después, una bienhechora donó a la Esclavitud y Archicofradía dos casas en el barrio del Santo Cristo bajo una serie de condiciones. Todas estas casas fueron vendidas por la propia asociación en momentos de apuros económicos o acabaron siendo expropiadas por el Estado durante las desamortizaciones.
Como es bien conocido, la concesión del título de Sacramental a la Cofradía de Jesús de Medinaceli en 1978 causó una involuntaria dualidad de hermandades sacramentales en la misma parroquia. Esta situación anómala se prolongó durante un cuarto de siglo y se solucionó satisfactoriamente con la fusión, decretada por el obispado en 2004, entre la referida cofradía de penitencia y esta Venerable Esclavitud del Santísimo Sacramento y Archicofradía de las Ánimas Benditas.
1.6. San Francisco
Como es bien sabido, casi todas las órdenes religiosas tuvieron una rama masculina (orden primera) y otra femenina (orden segunda). Pero además muchas permitieron y facilitaron que los seglares pudieran participar del espíritu de la orden sin tener que perder su condición ni modo de vida y sin tener que emitir los solemnes votos religiosos, creando para ello las denominadas órdenes terceras.
Ninguna de ellas fue tan popular, ni estuvo tan nutrida por todos los estamentos sociales, como la de los hijos de san Francisco de Asís (1181-1226), fundador de la orden de los frailes menores o franciscanos aprobada por el papa Inocencio III en 1210. La orden segunda o rama femenina, las clarisas, fue fundada en 1212. La regla de la orden tercera parece ser que fue compuesta por el propio santo de Asís en 1221, aprobándola la Santa Sede poco después.
Las órdenes terceras franciscanas florecieron, como era de esperar, a la sombra de los conventos franciscanos. Allá donde se fundaba casa, hospicio o convento de algunas de las ramas franciscanas, se procuraba inmediatamente fundar una orden tercera con el piadoso objeto de que los fieles vivieran la seráfica regla en la vida seglar, es decir como una asociación de fieles anexa a la vida religiosa de la orden.
El ejemplo más cercano lo tenemos en Cádiz. En los tres conventos de la gran familia franciscana fundados en esa ciudad, hubo otras tantas órdenes terceras para seglares: en el convento Casa Grande de San Francisco de los PP. Observantes, en el convento de Nuestra Señora de los Ángeles de los PP. Descalzos y en el Convento de Santa Catalina de los PP. Capuchinos. Pero el deseo de imitar el espíritu franciscano también llegaba a lugares donde no había establecidos conventos de esta orden, sino que bastaba su prestigio espiritual: en la parroquia de San Juan Bautista de Chiclana, por seguir con ejemplos próximos a la Isla de León, hubo también una Orden Tercera franciscana, fundada según parece a finales del XVII.
La Real Isla de León no fue inmune a estas influencias y tuvo también una importante Orden Tercera de San Francisco que tuvo vida activa durante un siglo largo. Contra lo que cabría esperar, dado su titular, esta orden tercera fue fundada en la Parroquia del Castillo hacia 1739 y sólo unos años después pasaría a la Parroquia Castrense de San Francisco. Igualmente hemos conseguido algunos escasos datos sobre una Orden Tercera Franciscana que radicó en la iglesia parroquial del Arsenal de la Carraca a mediados de esa centuria, lo que no tiene nada de extraño dado que esta aglomeración industrial naval estaba asistida espiritualmente por los franciscanos descalzos del convento de Puerto Real.
Los terciarios franciscanos, al decir del historiador Monfort, practicaban el piadoso ejercicio del vía crucis todos los días de fiesta por la plaza de las Tres Cruces, hoy Alameda Moreno de Guerra, en cuyo centro había un pedestal con tres cruces pertenecientes a este vía crucis, lo que originó el primitivo nombre de la plazuela. En realidad, el título de plazuela de las Tres Cruces es mucho más antiguo que la Orden Tercera isleña, estando documentado ya a finales del siglo XVII.
De la Orden Tercera Franciscana de la Real Isla de León formó parte lo más granado de la sociedad isleña, contándose entre los terciarios numerosos generales y jefes de la Armada; incluso sabemos que tambien lo fue el escultor José Tomás de Cirartegui Saralegui. La Orden Tercera de San Francisco poseyó por vía de donación una casa en la calle Jesús y María (hoy, Calatrava), que perdió en la cuarta década del XIX por imperativo de las leyes desamortizadoras de Mendizábal.
A pesar de la exclaustración de los frailes en 1835, sabemos que la asociación subsistía aún en la Parroquia Castrense en los años 1842 y 1862, aunque debía llevar una vida muy mortecina. Seguramente cesó su actividad poco después, extinguiéndose de hecho tras un siglo y pico de existencia. Unas décadas más tarde, los terciarios franciscanos reaparecerían en otra iglesia de San Fernando, como veremos.
1.7. San Antonio Abad.
La devoción a san Antonio Abad, conocido vulgarmente como san Antón, tuvo extraordinaria popularidad en otros tiempos. Hoy día su celebridad se reduce a su patronazgo y protección sobre los animales domésticos. Pero antaño era venerado como patrón de múltiples y variados oficios como, por ejemplo, arrieros y trajinantes, carruajeros, carniceros y porquerizos, cepilleros, cesteros, alfareros y hasta sepultureros. También fue considerado un santo milagroso y sanador. En la Edad Media, se fundó bajo el patrocinio de San Antón una orden religiosa hospitalaria que se especializó en el tratamiento de enfermedades contagiosas y de la piel. Por todas estas razones, no es de extrañar que en la Real Isla de León llegara a existir una asociación religiosa que tuvo por titular a este santo tan popular.
La Congregación de San Antonio Abad fue fundada a finales de la década de 1740 en la capilla del Real Carenero del puente de Suazo. Desconocemos si se trató de una hermandad gremial que agrupaba a trabajadores de los astilleros y fábricas de ese lugar (tal vez los cordoneros), como sí sabemos que sucedió con la Hermandad de la Virgen de la Esperanza.
No sabemos la fecha exacta de la fundación ni de la aprobación eclesiástica, pero está documentado que ya existía en 1746. La asociación es titulada en los documentos de la época como «Hermandad de San Antonio Abad» «Congregación del Señor San Antonio Abad», «Congregación de los hermanos de San Antonio Abad» o, simplemente, «los hermanos de San Antonio Abad». Permaneció en la capilla del Puente durante más de tres décadas y no se trasladó a la nueva parroquia diocesana cuando esta estuvo consagrada, tal como hicieron otras hermandades, sino años más tarde. Tal vez un primer intento de traslado derivó en el pleito que sostuvieron en 1768 las jurisdicciones castrense y diocesana a cuenta de esta congregación, pleito del que estamos mal informados.
Antes de su traslado a la Iglesia Mayor Parroquial, la Congregación de San Antón protagonizó uno de los actos más relevantes de su historia. Suscribió una carta de filiación en 1767 con el Hospital-Convento de San Antonio Abad de Sevilla, donde radicaba una hermandad matriz de este santo desde el siglo XVII y donde también estaba establecida la Hermandad de la Santa Cruz en Jerusalén y Jesús Nazareno, cofradía que, andando el tiempo, acabó como propietaria de ese céntrico templo hispalense.
La confraternidad antoniana trasladó su sede canónica a la Iglesia Mayor Parroquial hacia 1782. Al año siguiente formalizó la adquisición a título de censo de la cuarta capilla de la nave del evangelio, donde se ya veneraba el icono de la Virgen del Pópulo, que fuera titular de la efímera Compañía Espiritual de su nombre, y las imágenes de un par de santos de la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios. Fue una de las hermandades radicadas en la Iglesia Mayor que más tiempo invirtió en amortizar la compra de su capilla, convirtiéndose en deudora de la fábrica parroquial durante muchos años, lo que demuestra las dificultades económicas que sufría.
Carecemos de noticias sobre sus constituciones y reglas. No obstante, sabemos que la Congregación no tenía más obligación cultual que la de organizar una función solemne anual en la festividad de su santo titular (enero), según demuestran los documentos parroquiales. Como todas las hermandades, esta también asumía el importe de las exequias y entierro de sus congregantes. Sabemos, por ejemplo, que fue una de las que se encargó de sepultar en el cementerio del Castillo a víctimas isleñas del maremoto de 1755, durante su etapa en el Puente de Suazo.
La corporación no tenía, al parecer, más patrimonio que la imagen del santo titular, de autor desconocido y de talla completa: el patriarca de los anacoretas y ermitaños está representado como un anciano barbudo, que viste el sayal y capucha de los monjes de su orden y que muestra atributos característicos, alusivos a su vida y milagros, como la cruz en forma de tau (t griega) usada como bastón o báculo, la esquila, el cerdo, las llamas y un libro de reglas. Esta antigua efigie continuó presidiendo la cuarta capilla de la nave del evangelio del primer templo parroquial durante décadas, ya sin hermandad, hasta que fue trasladada al ático de la misma a principios del siglo XX, donde aún hoy puede verse. En su lugar, la capilla fue presidida por una imagen del Corazón de María de escaso valor artístico, y luego, desde mediados del siglo XX, por la meritoria imagen de la Inmaculada Concepción procedente de la parroquia del Castillo.
En definitiva, la Congregación de San Antonio Abad mantuvo la devoción y el culto a este santo en la Isla de León por espacio de casi una centuria, primero en la capilla del Puente de Suazo, después en la Iglesia Mayor Parroquial. A lo largo de la primera mitad del siglo XIX, la declinación fuea progresiva e inevitable. En efecto, el arcipreste de la ciudad participó al Obispado en 1854 que esta Congregación «hace tiempo llegó a extinguirse por el corto número de hermanos». La desaparición de la misma, por tanto, puede fijarse a mediados de la centuria decimonona. Desde entonces, está extinguida. No hubo intentos posteriores de restablecimiento.
1.8. Virgen de la Esperanza
La Hermandad o Congregación de Nuestra Señora de la Esperanza, advocación mariana con resabios marineros, fue una corporación religiosa muy vigorosa durante la segunda mitad del XVIII, revistiéndose además con matices gremiales.
Fue fundada hacia 1750 en la capilla del Real Carenero del Puente de Suazo por los tejedores de lonas y otros dependientes de la construcción naval. Allí residió durante apenas dos decenios, pues a principios de los años de 1760 se trasladó a la nueva Iglesia Mayor Parroquial, donde permaneció hasta su extinción.
El obispo fray Tomás del Valle la aprobó formalmente por decreto fechado el 2 de mayo de 1764. Un año y medio después, la Hermandad formalizó la adquisición de una capilla en la nueva iglesia parroquial, reconociéndosele así plena personalidad y capacidad jurídica. Con motivo de este traslado, el citado prelado aprobó sus primitivas reglas en 1768, es decir el mismo año en que lo fueron las de las cofradías de la Virgen de la Soledad y Jesús Nazareno. Las reglas fueron ampliadas en 1782 y definitivamente aprobadas en 1804. En definitiva, fundación hacia 1750, erección canónica en 1764 y aprobación de las constituciones en 1768.
La fundación de esta hermandad y la de la Cofradía de la Virgen de la Soledad debieron acaecer en un corto intervalo de tiempo, de tal modo que no estuvo claro durante un tiempo cuál era la más antigua de las dos y, por lo tanto, cuál debía presidir a la otra en las ceremonias. Por ello, ambas asociaciones de fieles firmaron en 1783 una concordia por la que esta hermandad que nos ocupa reconoció la mayor antigüedad de la cofradía de penitencia.
Como decimos, la Hermandad de la Virgen de la Esperanza estaba compuesta mayoritariamente, al menos en sus inicios, por operarios de las fábricas de lona y jarcia situadas en el Puente de Suazo. Sin embargo, a fines del siglo XIX, existía la creencia de que la Virgen de la Esperanza «fue en algún tiempo la patrona de la hermandad de los panaderos de la ciudad». Testimonio insólito con el que hemos de ser muy cautos, pero que nos invita a pensar que la composición social de la hermandad varió con los años, posiblemente tras clausurarse en 1773 las fábricas del puente Suazo y afianzarse su presencia en la iglesia parroquial. Así pues, la Hermandad de la Esperanza, marinera y naval en sus inicios, pudo haber devenido en gremial de los panaderos y tahoneros isleños a finales del XVIII. No era, por cierto, algo que careciese de precedentes: piénsese en la Cofradía del Santísimo Cristo de la Piedad, de Cádiz; o en la Cofradía del Prendimiento y María Santísima de Regla, establecida por entonces en la hoy desaparecida Parroquia de Santa Lucía de Sevilla.
La Hermandad de Nuestra Señora de la Esperanza celebraba una solemne función anual el domingo más próximo al 18 de diciembre, festividad litúrgica de la Expectación de la Virgen. La corporación isleña celebró esta solemne fiesta anual con total regularidad entre los años 1774 y 1820, según tenemos documentado. Los cultos de instituto fueron enriquecidos con gracias e indulgencias plenarias concedidas por el papa Clemente XIV, según breve dado en Roma en 1773. No tenemos datos concluyentes sobre si efectuaba también algún tipo de procesión pública anual.
Esta antigua hermandad no poseía más bienes que la segunda capilla de la nave de la epístola donde se veneraba la imagen titular y un solar con un almacén donde se custodiaban los útiles y enseres. La adquisición de la capilla fue escriturada en 1765 y en ella tuvo su sede esta hermandad durante setenta años, hasta que, una vez extinguida de hecho, la capilla fue ocupada en 1839 por la Esclavitud de San José tras obtener los permisos oportunos, como continúa en la actualidad. La imagen titular, cuya identificación todavía no está clara, fue trasladada a otro altar y en el curso de los años fue desplazada varias veces de situación dentro del templo parroquial, acabando durante medio siglo en la capilla de la Santa Cueva, de donde pasó en 2001 al altar mayor a los pies con el antiguo Cristo Crucificado. La asociación construyó un almacén en un solar que adquirió a fines del siglo XVIII en la calle San Marcos, esquina a las actuales de Jazmín y Albardonero, perdiéndolo durante las desamortizaciones decimonónicas.
La Hermandad de la Virgen de la Esperanza sufrió una decadencia inexorable con el cambio de centuria, que se prolongó a lo largo del primer cuarto del XIX y se aceleró en la década 1820-1830, hasta su completa desaparición.
1.9. Nazareno del Carmen
La espléndida imagen de Jesús Nazareno venerada en la iglesia conventual del Carmen desde fines del siglo XVII es de reconocido mérito artístico y una de las mejores existentes en San Fernando.
La sagrada efigie, de autor anónimo, ha sido atribuida a tres posibles autorías: 1) Tradicionalmente se ha considerado de escuela genovesa. 2) Sin embargo, tan lograda y conmovedora talla ha sido atribuida recientemente a la gubia de Luisa Roldán, La Roldana. Los argumentos en los que se basa esta atribución son dos: uno cronológico, otro morfológico. El cronológico incide en el hecho de que la imagen fue colocada en la primitiva iglesia conventual en 1685, y que ese año coincide con la etapa gaditana (1684-1688) de Luisa Roldán, durante la cual la habría tallado. El argumento morfológico y estilístico, además, hace notar el parecido que la imagen guarda con otras de La Roldana: el Ecce Homo (1684) de la catedral gaditana, y el Jesús Nazareno (1699) que el rey Carlos II encargó a la Roldana para regalar al papa Inocencio XII y que hoy se venera en el convento de las franciscanas de Sisante (Cuenca). 3) Pero también se ha señalado el parecido de la imagen con la de Jesús de los Afligidos, obra de Peter Relingh (o Sterling) de 1726 y titular de la cofradía de este nombre sita en la parroquia de San Lorenzo de Cádiz.
Esta «santa y milagrosa imagen de nuestro amantísimo Padre Jesús Nazareno», tal como se referían a ella los frailes carmelitas, fue colocada en la primitiva iglesia conventual en fecha tan remota como el año 1685. Cincuenta años más tarde, fue situada en la primera capilla de la nave del evangelio de la nueva iglesia conventual consagrada en 1733. Dicha capilla y su bóveda para enterramiento fueron adquiridas ese año por Francisco Bernal García, secretario de S.M. y escribano mayor de Rentas Reales y Servicios de Millones de la ciudad de Cádiz, concediéndosele el uso y patronato de la referida capilla. En su virtud, dicho señor costeó de su peculio la realización de vestiduras y de una nueva policromía para la imagen. Dos años después, fundó una serie de memorias perpetuas en la capilla, entre ellas la de una fiesta solemne en honor a la sagrada imagen que habría de tener lugar en la solemnidad de la Circuncisión del Señor.
En el año 1751, un grupo de cofrades de la Hermandad de Nuestra Señora del Carmen, encabezados por el propio hermano mayor, Juan Rosete Fernández, presentó un memorial al obispo Tomás del Valle pidiendo licencia para la fundación y erección de una Cofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno. El obispo concedió la licencia solicitada y ordenó que se formalizaran las constituciones y reglas como requisito indispensable para otorgar la erección canónica. Entretanto, condescendió en permitirles sacar la venerada imagen en procesión el Viernes Santo de ese año desde la iglesia del Convento del Carmen de la Real Isla de León.
Esta naciente Hermandad de Jesús Nazareno se encontró con la dificultad de carecer de los enseres necesarios para efectuar la procesión y de tener escaso margen de tiempo para adquirirlos. Mas siendo la mayoría de los fundadores miembros de la junta de gobierno y cofrades de la Hermandad de Nuestra Señora del Carmen, acordaron prestar los enseres procesionales de esta hermandad mariana letífica para la nueva corporación penitencial. Esta decisión alarmó al vicario eclesiástico de la Isla de León, temeroso de que se produjera la unión de ambas hermandades con el consiguiente perjuicio para los derechos parroquiales. Por este motivo, se opuso a la salida de la procesión.
Los congregantes entonces acudieron de nuevo a fray Tomás para aclarar que su intención no era la de fusionarse con la Hermandad de la Virgen del Carmen. También para dejar sentado que eran y serían dos hermandades separadas, cada una con su instituto y sus cultos, lo que para nada perjudicaría los derechos de la parroquia. A la vista de estas alegaciones, el obispo mandó al vicrio que depusiera su actitud y no embarazara la salida de la procesión de Jesús Nazareno de la iglesia conventual carmelita por ese año, según había decretado antes. Pero también ordenó que debían respetarse los derechos parroquiales y recordó a la nueva cofradía que aplazaba la erección canónica de la misma y la aprobación de sus constituciones para después de esta salida procesional.
El citado escrito de réplica de los cofrades y el decreto episcopal subsiguiente es la única documentación que ha llegado a nosotros sobre esta cofradía. Sólo merced a su contenido conocemos la existencia de la misma. No sabemos si la naciente hermandad redactó constituciones, como había decretado el prelado, ni si, por lo tanto, fue aprobada formalmente y establecida canónicamente. De todos modos, esta corporación, si cuajó, tuvo una vida muy breve y sin continuidad. La nómina de hermandades isleñas redactada en 1764 no la cita.
Tampoco sabemos si hubo relación alguna entre esta hermandad surgida en el Carmen y la Hermandad de los Montañeses fundada casi veinte años más tarde en la Iglesia Mayor Parroquial. De todos modos, el recuerdo de esta hermandad que se intentó establecer para dar culto a una imagen de Jesús Nazareno en la iglesia conventual, quizá esté en la base de algunas antiguas tradiciones no documentadas que relacionan a ambas cofradías y que fueron propagadas desde el siglo XIX por los eruditos isleños y por la prensa local.
1.10. Corazón de Jesús.
Esta congregación fundada en la parroquia del Castillo a mediados del Setecientos debe ser considerada pionera e innovadora, pues la emergente devoción sacrocordífera todavía comenzaba a propagarse por los reinos de España. En realidad, esta no fue una hermandad del tipo o modelo «cofrade», sino una asociación de fieles más minoritaria e intimista, una devoción pía más selecta e ilustrada que la representada por las hermandades y cofradías. Más bien fue un antecedente remoto de las numerosas congregaciones piadosas de cultos internos que proliferarían un siglo después, desde el último cuarto del siglo XIX. No obstante, juzgamos interesante exponer sucintamente sus datos, precisamente por ser la única de esta índole que hubo en la floreciente Real Isla de León dieciochesca.
La hermandad figura titulada de diversas formas en los documentos: Hermandad del Dulcísimo Corazón de Jesús, Congregación del Divino Amor al Corazón de Jesús, Congregación del Sagrado y Divinísimo Corazón de Jesús, Congregación del Santísimo Corazón de Jesús Sacramentado y, la más habitual, Hermandad o Congregación del Sagrado Corazón de Jesús.
A pesar de la cortedad de noticias existentes sobre esta congregación isleña, sus inicios están bien documentados. Fue fundada en 1753 y aprobada en 1754 por decreto del obispo fray Tomás del Valle. Su creación obedeció a los deseos de un grupo de fieles de dar culto al Santísimo en la octava del Corpus. El papa Benedicto XIV (1740-1758) concedió una serie de gracias e indulgencias a la congregación isleña el mismo año de su aprobación. La congregación dio a la imprenta un sumario de estas gracias e indulgencias, impreso que se conserva en el archivo parroquial hoy día.
Como es evidente, dadas las fechas, la Congregación del Corazón de Jesús se fundó y estableció en la la inhóspita parroquia sita por entonces en el centenario Castillo de los Duques de Arcos, vulgo de San Romualdo, pues la construcción de la nueva Iglesia Mayor Parroquial no se inició hasta 1754 o 1755 y no fue consagrada hasta 1764. Por lo tanto, en el interior de la iglesia-fortaleza debió ocupar algún hueco, nicho o repisa que le sirviera de altar y capilla para su imagen titular (si la había) y para sus cultos. Tal vez la pintura de un retablo con el Corazón de Jesús, cuyo descubrimiento en el Castillo fue dado a conocer a finales de 2006, tenga que ver con el establecimiento de esta fervorosa congregación. En la década de 1760, la joven pía asociación se trasladaría al nuevo templo parroquial de San Pedro y los Desagravios.
La Congregación se regía por unas constituciones que estuvieron vigentes hasta 1842 y cuyo contenido preciso desconocemos, salvo lo relativo al culto principal que celebraba lógicamente en la fiesta litúrgica del Corazón de Jesús. Pero podemos suponer con fundamento que siguieron las constituciones de 1736 por las que se regía la congregación homónima de Cádiz, sita en el oratorio de San Felipe Neri. Desconocemos si la congregación isleña se limitaba a ser una asociación de culto o seguía también pautas caritativas, pues muchas asociaciones de fieles se fundaron en torno a la devoción al Corazón de Jesús para ejercer la caridad.
Entre sus fundadores y primeros congregantes tenemos documentados a eclesiásticos, escribanos públicos y oficiales de la Armada vecinos de la Real Isla. Es decir, una minoría selecta y con excelente formación religiosa, como había sucedido con la congregación gaditana. En esta primera etapa de su historia, la asociación estaba gobernada por un «prepósito», denominación de evidentes connotaciones y matices eclesiásticos que recuerda además a los religiosos del oratorio de San Felipe Neri, pues así se denominaba su superior.
No sabemos a ciencia cierta los derechos y deberes de los congregantes isleños. Suponemos que, según la costumbre vigente, la Hermandad mandaba decir misas en sufragio por el alma de los hermanos que fallecían, si éstos así lo encargaban. Pero ignoramos si también se hacía cargo de los gastos de exequias y entierro, como solían hacer misericordiosamente las otras hermandades y cofradías. Parece ser que no, a tenor de la absoluta falta de menciones a esta congregación en las partidas de defunciones de los libros parroquiales isleños.
Sabemos también que la Hermandad del Corazón de Jesús poseyó durante treinta años una casa en la calle Rosario y barrio de Vidal de la Real Isla de León. La adquirió en 1771, adquisición que fue formalizada mediante un contrato extrajudicial firmado en 1797 por los diputados de la congregación. Pero justo un año después, la Real Orden de 25 de septiembre de 1798 dispuso la enajenación de fincas urbanas pertenecientes a hermandades y cofradías, con el objeto de destinar el precio de sus ventas a la amortización de la deuda pública. En su virtud, esta finca de la calle Rosario fue expropiada en 1799 y subastada dos años después.
Tras llevar una vida mortecina, la asociación piadosa sacrocordífera se renovó en 1842 bajo el nuevo título de Congregación de los Sagrados Corazones de Jesús y María, casi noventa años después de su fundación. Unas nuevas constituciones aprobadas ese mismo año sustituyeron a las primitivas fundacionales de 1753-54 por las que se había regido durante nueve décadas. Esta renovación de 1842 fue todo un éxito espiritual. A los doce años de la misma, la Congregación contaba con 166 congregantes y era la quinta por número de hermanos de entre las quince hermandades y cofradías sanfernandinas inventariadas en 1854 por el arcipreste.
A ello contribuyó, no cabe duda, el hecho de que la tardía devoción al Sagrado Corazón de Jesús fue promovidísima por la Iglesia y los sumos pontífices desde mediados del siglo XIX y a lo largo de la primera mitad del XX. No en vano se ha dicho que «si hubiera que poner en lo alto del mástil de esta época una devoción típica, ésta es, sin género de dudas, la del Corazón de Jesús. Desde 1850 a 1950 es la reina de las devociones».
Como es sabido, el papa Pío IX fijó finalmente en 1856 la festividad del Sagrado Corazón de Jesús en el viernes de la octava del Corpus Christi.
La veneración simbólica al músculo cardíaco del Señor tuvo, en efecto, una brillante fortuna en el mundo católico a partir de la segunda mitad del XIX. Las entronizaciones y consagraciones, los monumentos y triunfos en honor del Corazón de Jesús realizados a iniciativa de entidades religiosas y civiles, proliferaron en la primera mitad del siglo XX. En España, como es bien conocido, el rey Alfonso XIII presidió en 1919 la inauguración del monumento nacional del Cerro de los Angeles (Madrid) y leyó allí el acto de consagración de España al Sagrado Corazón de Jesús. Por no hablar de lo mucho que supuso esta devoción en el régimen político surgido del 18 de julio de 1936.
Las asociaciones de fieles que se fundaron a lo largo de esas décadas decimonónicas en torno a esta devoción cordial fueron muy numerosas. En San Fernando se fundaron varias a fines del siglo XIX, que recogieron el testigo de esta que nos ocupa. La más importante, constante y duradera de ellas fue la del Apostolado de la Oración y Sagrado Corazón de Jesús.
La presencia de este tipo iconográfico de Cristo se multiplicó en los templos y casi prevaleció sobre los otros en el culto católico. El auge de esta devoción fue, de alguna manera, en detrimento del arte religioso, pues proliferó una iconografía dulzona e inadecuada para expresar su contenido teológico y simbólico, como recientemente ha reconocido la propia Iglesia. En España, las imágenes seriadas del Corazón de Jesús procedentes de renombrados talleres en los que se labraban con materiales baratos y sin especial originalidad artística, fueron difundidísimas.
1.11. Santa Bárbara.
Nos hallamos ante una corporación ambivalente. Por un lado, fue una hermandad o cofradía como las demás, así que su estudio nos incumbe; por otro, se trató de una asociación religiosa específica de los jefes, oficiales y demás personal del cuerpo de Artillería de Marina, dependiente de la jurisdicción castrense, por lo que su investigación debe interesar más a los estudiosos de la historia naval que a los de las hermandades. No obstante, ofreceremos seguidamente algunos de sus datos generales en tanto que cofradía, limitándonos cronológicamente a sus inicios y primeros tiempos, dejando para investigadores más especializados el trabajo de investigarla como corporación religiosa de los artilleros navales, estudio todavía por hacer en profundidad.
Como decimos, la historia de la Hermandad de Santa Bárbara está unida indisolublemente a las brigadas de Artillería de Marina del Departamento de Cádiz. Cuando el Departamento Marítimo se trasladó a la Real Isla de León en 1769, y con él las brigadas de Artillería de Marina, la Hermandad de Santa Bárbara decidió transferirse también a esta villa. Habiendo radicado en el gaditano Convento de la Candelaria, de MM. Agustinas, durante las décadas anteriores, la Hermandad resolvió establecerse en el convento isleño de los religiosos carmelitas descalzos. Su establecimiento en la Real Isla de León data de 1771.La Hermandad y la comunidad carmelita isleña pactaron ese año una serie de trece condiciones para la admisión y establecimiento de aquella en la iglesia conventual, siendo prior fray Francisco de Santa Teresa, pacto que fue ratificado por los superiores de la orden del carmen descalzo.
Los carmelitas descalzos cedieron a la Hermandad de Santa Bárbara la cuarta capilla de la nave de la epístola, situada entre la capilla primitiva de la Hermandad de la Virgen del Carmen (hoy ocupada por la imagen de san Juan de la Cruz) y la de la Inmaculada Concepción (hoy ocupada por la Cofradía del Santo Entierro), que hasta entonces no había tenido dueño ni patrono. La cedieron por la suma de 300 pesos escudos de a 8 reales de plata, cantidad que la congregación artillera se obligaba a entregar cuando dispusiera de fondos suficientes, y en el entretanto se comprometía a pagar anualmente el censo o tributo del 3 %, es decir nueve pesos. El resto de las trece condiciones tenían en general un acentuado carácter económico, pues versaban sobre las cantidades con que la Hermandad debía contribuir a la comunidad carmelita en concepto de asistencia, estipendios y gratificaciones por las funciones, misas, sermones, honras fúnebres y entierros que aquella organizase, así como por el mantenimiento de una luz en la lámpara que pondría para alumbrar la capilla, así como por el cuidado y el aseo del altar y sus prendas.
Gracias a estas condiciones, sabemos los cultos que celebraba la Hermandad de Santa Bárbara en el Carmen: 1) una misa mensual en el altar de su capilla; 2) una fiesta principal a su santa patrona el día de su festividad (4 de diciembre), colocando la imagen de la misma en el altar mayor para conferirle realce, y los años que no podía costear la festividad solemne, disponía una misa cantada en el altar de la santa; y 3) honras (misa cantada con responso) anuales por sus cofrades difuntos. Los cofrades que fallecían en la Isla con derecho a que la Hermandad le costeara el entierro podrían ser sepultados en la cripta de la capilla, con asistencia de la comunidad de los religiosos carmelitas. Para todo ello, la congregación tenía un féretro propio. Sin embargo, todavía no tenemos datos contrastados acerca de si la asociación llegó a sepultar a hermanos suyos en su cripta del Carmen.
No sabemos si la Hermandad se trajo del Convento de la Candelaria de Cádiz su imagen titular o si por el contrario mandó tallar otra efigie con motivo de su establecimiento en la iglesia conventual del Carmen. Sí parece ser que construyó un retablo, pero al trasladarse de sede, como veremos, se lo llevó junto con la imagen. La capilla fue ocupada después por la imagen de la Inmaculada Concepción y, finalmente, por la Virgen de la Salud tras demolerse en 1842 su capilla situada a la salida de la calle Real y edificada a iniciativa del padre Parodi. Como vestigio del retablo de la hermandad de los artilleros quedó (y queda) la mesa de altar, en cuyo centro figura todavía el escudo de la corporación con la torre alusiva a la iconografía de la santa.
Al parecer, la Hermandad permaneció en el Carmen durante quince años, trasladándose en 1785 a la nueva parroquia castrense de San Francisco. Quizá, como recuerdo de su etapa carmelita, dejó su nombre a una de las calles del barrio, que todavía hoy lo conserva.
La causa principal del traslado a San Francisco debió de ser el atractivo de tener su sede en un flamante templo parroquial castrense (las obras se habían iniciado en 1784), más acorde con su naturaleza de hermandad de los artilleros de la Armada. Pero no deben rechazarse la existencia de otras motivaciones que condujeron al abandono de la iglesia conventual del Carmen y el traslado a San Francisco.
Fue una época, además, en la que creció el culto a santa Bárbara en la Real Isla de León. Así lo demuestra la nueva iglesia parroquial de Nuestra Señora del Rosario, del Arsenal (1785-1791), cuya cuarta capilla del lado del evangelio fue dedicada a la santa, colocándose la sagrada imagen con sus atributos (torre, palma de martirio y ostensorio), que se repitieron en el remate o ático del retablo. También se proyectó una capilla dedicada a santa Bárbara en la que iba a ser iglesia parroquial de la Población de San Carlos (hoy Panteón de Marinos), cuyas obras se iniciaron en esos mismos años, concretamente en 1786.
Estamos lamentablemente muy mal informados sobre la organización y actividad de la Hermandad en San Francisco en esta época de finales del XVIII, aunque debió de ser similar a la que desarrolló en el Carmen. La adscripción de los jefes, oficiales y demás artilleros debió de ser importante. Su hermano mayor nato, desde luego, era el Comandante de las Brigada de Artillería, luego Comandante principal del Cuerpo de Artillería de Marina del Departamento, como se desprende de varios documentos. La Hermandad, como todas las demás, asistía a las exequias de sus cofrades y las de sus familiares, costeaba el entierro y mandaba decir misas por sus almas. Prueba de ello son algunas disposiciones testamentarias otorgadas en los últimos años del Setecientos por artilleros o por sus parientes.
La mayor información sobre la Hermandad de Santa Bárbara en el tránsito de la centuria decimoctava a la otra nos la proporcionan un par de créditos que tuvo a su favor y los beneficios que los mismos le reportaron. Uno, relacionado con un préstamo efectuado al III Marqués de Ureña, el cual hipotecó, como garantía de la devolución del mismo, un terreno de su propiedad situado en el actual barrio de la Siete Revueltas; otro, la subrogación de una deuda contraída por el Hospital de San José. Renunciamos a exponer aquí los detalles que hemos conseguido sobre los mismos, pues alargarían sobremanera esta nota informativa acerca de la tonante hermandad de los artilleros.
1.12. San Pedro.
Durante el Antiguo Régimen, los sacerdotes también se agruparon en hermandades para su asistencia espiritual y material. Estas hermandades eclesiásticas solían ponerse bajo el patrocinio de san Pedro, Príncipe de los Apóstoles, considerado tradicionalmente como el primer obispo de Roma. Así ocurrió en Sevilla, en Cádiz y en otras ciudades de nuestro entorno cultural, por ejemplo en Chiclana, donde desde finales del XVII existió una hermandad eclesiástica de San Pedro con sede en la Iglesia Mayor de San Juan Bautista.
La Real Isla de León no fue una excepción a los modos y costumbres imperantes. Desde 1778, catorce años después de la consagración de la Iglesia Mayor Parroquial y doce después de su segregación de Cádiz, contó también con una hermandad eclesiástica bajo la advocación del citado apóstol. Al parecer, siguió el modelo gaditano de la antigua hermandad eclesiástica del mismo título establecida por entonces en la iglesia de Santiago. En el caso isleño, la corporación se enriqueció con la tradicional devoción petrina existente en la localidad: San Pedro dio nombre a la primitiva parroquia y al brazo de mar que separaba el territorio de la Isla de León del continente.
La Hermandad se puso bajo la autoridad directa del prelado gaditano, al que nombró hermano mayor, protector y patrón. Del mismo modo, comunicó su fundación a las autoridades civiles locales, pues en un cabildo municipal celebrado en junio de ese año 1778 se hizo presente «haberse creado en la Iglesia Parroquial de esta Villa una hermandad dedicada al Sr. San Pedro». El Ayuntamiento acordó entonces asistir todos los años a la función solemne en honor del apóstol, lo que verificó durante unos pocos años. La Hermandad de San Pedro, renovada a principios del siglo XIX, recordó esta decisión al Ayuntamiento en 1802, por lo que la Corporación Municipal acordó de nuevo asistir a la función en honor de San Pedro de ese año y a las de los sucesivos.
Esta corporación eclesiástica fue decayendo a lo largo de la primera mitad del siglo XIX y, al iniciarse la década de 1840, había desaparecido de hecho. Así lo manifestó el presbítero Diego Luna, ex mayordomo de la misma, en un escrito dirigido al obispo en 1843: «la hermandad, a mi parecer, existe de derecho eclesiástico, aunque no de hecho», añadiendo que «si ha acabado esta hermandad, la causa no ha sido otra que la pobreza, por no decir la desidia, de los eclesiásticos, que no han tenido ni tienen para pagar la mensualidad de los dos reales», aunque el mismo sacerdote aclaró que «mas no obstante se continúa haciendo algún pequeño obsequio en el día del santo; y cuando se muere algún eclesiástico, si nos piden, damos lo que podemos». Con todo, la Hermandad de San Pedro debió reanimarse a lo largo de la centuria decimonona, pues existen menciones esporádicas a la misma con motivo de las exequias de sacerdotes isleños de finales del XIX.
La imagen de San Pedro que fuera titular de esta hermandad de los sacerdotes isleños es obra del escultor gaditano de origen genovés Juan Gandulfo Galera, a quien le fue encargada en 1772. La imagen fue entregada en 1778, el año de la fundación de la asociación, junto con las de San Pablo (aún existente) y San José (desconocida), obras del mismo autor. Nos muestra al apóstol sedente, paramentado de pontífice, con las llaves y el báculo, y en actitud de bendecir. El historiador Monfort observó que la imagen «tiene el defecto de carecer del estolón tendido de pontífice, viéndosele la delgada estola cruzada de presbítero sobre el pecho». La efigie del Príncipe de los Apóstoles estuvo situada en diversas partes del templo a lo largo de su historia: sagrario, altar mayor, cabecera de la nave de la epístola… Finalmente, habiéndose reformado profundamente la Iglesia Mayor Parroquial en la década de 1950, la antigua imagen sedente pasó a la sacristía, donde continua.
Los antiguos inventarios parroquiales del siglo XIX citan también la existencia de un pendón de terciopelo morado, guarnecido con galón dorado y con borlas y cordones también de oro, perteneciente a la Hermandad de San Pedro.
1.13. Cristo de las Misericordias.
Esta congregación fue un antecedente de la Esclavitud de San José, a la que insufló inicialmente su carácter de corporación mayoritariamente eclesiástica y a la que trasvasó sus devociones inmaculistas y josefinas.
Los presbíteros isleños Antonio José Herrera y Juan Evangelista Ximénez solicitaron al obispado en 1783 fundar una congregación bajo el título de «Cristo Nuestro Señor Misericordioso, María Santísima en el Misterio de su Concepción Inmaculada, y por protector al Patriarca Señor San José», con sede en la capilla de la Escuela de Cristo y con la finalidad de «hacer bien y rogar a Dios por los que están en pecado mortal».
Este curioso y piadoso tipo de congregación tardobarroca ya existía tanto en Sevilla como en Cádiz, donde se las conocía vulgarmente como la «Congregación contra el Pecado Mortal». A su semejanza, se fundaron hermandades de esta naturaleza en otras localidades del arzobispado hispalense (Estepa, Dos Hermanas, Alcalá de Guadaira), algunas de ellas unidas a órdenes terceras servitas.
La elección de los titulares de la Congregación isleña fue más que significativa: el Cristo de las Misericordias (un crucificado), la Inmaculada Concepción (antigua titular de la parroquia, patrona de España e Indias, patrona de la Real Isla de León) y san José (patrón de la villa). La elección de la capilla oratorio de la Escuela de Cristo como sede quizá se deba al hecho de tener el mismo titular, es decir el Cristo de las Misericordias, o bien a que dichos presbíteros fundadores también estaban inscritos en esa otra asociación. El caso es que ambos manifestaron que la fundaban «con el deseo de que entren en esta nueva congregación los que ya se hallan alistados en la conocida con nombre de Escuela de Cristo, que tiene iglesia pública bien situada en este pueblo, y cuyos ejercicios se practican con tanta concurrencia, edificación y piedad». El hecho de compartir sede, directivos y hermanos quizá acabó suscitando algún tipo de unión, incluso una fusión, entre ambas corporaciones.
El obispo don José Escalzo y Miguel ordenó ese año que, antes de aprobarla, ajustara sus constituciones a las de las congregaciones homónimas de Sevilla y Cádiz. Finalmente, juzgándolo útil y piadoso, el referido prelado autorizó el establecimiento y aprobó las reglas en 1786, tres años después de la solicitud. El obispo nombró hermano mayor y diputado eclesiástico a los dos fundadores, o sea los presbíteros Antonio de Herrera y Juan Evangelista Ximénez respectivamente; y diputado seglar, al célebre Marqués de Ureña, miembro de no pocas hermandades y corporaciones de la Isla de León a fines del Setecientos.
La Congregación del Cristo de las Misericordias admitía sólo a «los que fueren notoriamente de loables costumbres y de limpia y casta generación». Los congregantes, para ser admitidos, debían prestar voto o juramento de defender la Inmaculada Concepción de María Santísima, según la costumbre implantada en muchas corporaciones hispalenses e imitadas luego por otras andaluzas. Aunque la congregación se componía de sacerdotes, tanto diocesanos como regulares, y de seglares, su organización interna revelaba que se trataba de una corporación primordialmente eclesiástica.
La fuente de ingresos principal era la limosna que los congregantes habían de pedir públicamente. A este fin, las reglas ordenaban que los mismos debían llevar una espuerta y un farol, irían pregonando en alta voz por las calles el anuncio siguiente: «Para hacer bien y decir misas por la conversión de los que están en pecado mortal», y de vez en cuando entonarían «algunas jaculatorias o saetas», concluyéndolas con el sonido de una campanilla que portarían al efecto. La cantinela o invocación con que se anunciaban los demandantes de la congregación originó seguramente que el pueblo acabara conociéndola como la congregación «contra el pecado mortal».
El principal instituto de la congregación, como hemos dicho, era «solicitar por todos los medios que los pecadores salgan de su infeliz estado». Para ello, las reglas prescribían los cultos y actividades siguientes: 1) celebrar un número de misas mensuales que se aplicarían «con preferencia a ocupar las manos ociosas y alimentar a los jóvenes en edad peligrosa»; 2) hacer ejercicios espirituales en la capilla tres veces por semana, con oraciones a los titulares (el Santo Cristo, la Inmaculada Concepción y san José); 3) un día de retiro espiritual en la capilla cada mes, con exposición del Santísimo toda la jornada; 4) organizar procesiones de misión con los hermanos, dirigiéndose a diferentes iglesias donde se predicarían sermones edificantes; 5) honras anuales en noviembre por las almas de los congregantes difuntos.
Con respecto a las procesiones de misión, nada indicaba que se hicieran con sagradas imágenes. Pero pudo haber sido así, quizá con el propio Santo Cristo titular. Su carácter vespertino fue impuesto en cumplimiento de lo dispuesto por Carlos III en 1783 y debido al riesgo que suponía que estas pías procesiones de misión se adentraran en la oscura y desvergonzada noche.
No disponemos, por el momento, de más noticias sobre esta peculiarísima congregación isleña. Pero tenemos la impresión de que su vida fue corta. Quizá hubo un proceso de «reconversión» que se saldó con la creación de la Esclavitud de San José, fundada sólo tres años después y también por una mayoría de eclesiásticos, entre los que se encontraban precisamente los dos fundadores de la Congregación que nos ocupa. No en vano, ésta tenía como protector y cotitular a san José, y no en vano la hermandad josefina tomó de ella su devoción concepcionista. En todo caso, los documentos de años posteriores no mencionan ya a la Congregación del Pecado Mortal.
1.14. Virgen de las Mercedes.
La Hermandad de Nuestra Señora de las Mercedes, san Crispín y san Crispiniano fue fundada en la Isla de León en 1794, siendo aprobada y erigida ese mismo año en la capilla del Santo Cristo de la Vera Cruz, ordenándosele se rigiera en todo por las constituciones y estatutos de la homónima hermandad gaditana del Convento de los Descalzos. La confraternidad isleña fue agregada a la Real y Militar Orden de María Santísima de la Merced, Redención de Cautivos, por fray Diego López Domínguez, maestre general de toda la Orden, según letras dada en el convento mercedario de Madrid en 1795, a efecto de conseguir las indulgencias, prerrogativas y gracias espirituales concedidas a las cofradías de esa orden por los sumos pontífices.
Por influencia de la hermandad gaditana que sirvió de modelo, la corporación isleña aunó en su seno dos devociones en principio dispares: la Virgen de las Mercedes, patrona de la orden mercedaria redentora de cautivos, y los santos mártires Crispín y Crispiniano, patronos de los zapateros.
La orden de los mercedarios tenía un importantísimo convento en Jerez de la Frontera. Varios religiosos mercedarios del convento xericiense predicaron con fortuna en la Isla de León a finales del XVIII. Uno de ellos fue fray Cayetano Quijada Bello, el cual fue muy bien acogido en el barrio del Santo Cristo, tanto que el religioso jerezano llegó a ser nombrado capellán de la pequeña iglesia que había sido edificada pocos años antes y donde se había fundado en 1784 la Cofradía del Cristo de la Vera Cruz. A través de la encomiable labor apostólica desplegada por fray Cayetano en el barrio, la devoción hacia la Virgen de las Mercedes floreció y se expandió, fundándose la hermandad. Y además consiguió revitalizar también la Cofradía de la Vera Cruz, vinculándola al numeroso gremio de los mareantes o navegantes isleños.
En cuanto a los zapateros, la insoslayable y poderosa influencia de Cádiz se extendió, como era de esperar, a la vecina Real Isla de León. Cuando los zapateros isleños quisieron agremiarse en la década de 1770, copiaron casi servilmente el modelo gaditano y tomaron por patronos a la Virgen de las Mercedes y los santos Crispín y Crispiniano, rigiéndose por las mismas ordenanzas corporativas. Estas devociones las trasladaron a la hermandad fundada años después, d ela que formaron parte.
Suponemos que la Hermandad de las Mercedes isleña se limitaba a organizar solemnes cultos en la capilla del Santo Cristo con motivo de la festividad litúrgica de la titular (24 de septiembre), conmemorándola con una función solemne y festejándola también con actividades más profanas, según el uso de la época. Probablemente también rendía algún tipo de culto en honor de los santos mártires cotitulares. Igualmente costeaba las exequias de sus hermanos difuntos, como era costumbre en todas las hermandades y cofradías por entonces. No tenemos noticias de procesiones con la imagen de la Virgen de las Mercedes.
La devoción a la Virgen de las Mercedes creció mucho en el barrio del Santo Cristo durante los años siguientes. Sabemos que en 1804 se pretendió colocar una efigie (réplica escultórica o pintura) de esta Señora en una hornacina abierta en la fachada de una casa de la calle San Rafael esquina a la de las Pitas (hoy, Santa Teresa de Jesús), con la idea de propagar su devoción excitando la piedad de los fieles. De haber subsistido su hermandad, quizá se hubiera convertido en una especie de patrona particular de ese barrio que crecía en la zona oeste del antiguo manchón de Olea, asomándose a la bahía gaditana.
Sin embargo, una serie de adversas circunstancias truncaron la historia de la hermandad mercedaria, apenas iniciada, cuando se vislumbraba un futuro esplendoroso para la corporación. Nos referimos fundamentalmente a la invasión francesa de la Península (1808-1813), al asedio que el ejército napoleónico sometió a Cádiz y la Real Isla (1810-1812), y, en definitiva, al inicio del fin del llamado Antiguo Régimen que desembocaría en la instauración del Estado liberal y revolucionario con sus medidas antigremiales que tanto perjudicarían y darían al traste con las hermandades y cofradías andaluzas. En el caso concreto de la Hermandad de las Mercedes hubo otro contratiempo particular que influyó en su decadencia. No fue otro que el regreso de fray Cayetano Quijada, valedor y propagador de la devoción mariana y sostenedor de la capilla del Santo Cristo, a su convento de Jerez hacia el año 1815. Su partida puede que fuera debida a la frustración de un entusiasta anhelo suyo: la fundación de un hospicio de religiosos mercedarios en la capilla de la Vera Cruz.
Tal vez como remedio a un declive inexorable, la hermandad con sus imágenes titulares se trasladó a la Iglesia Mayor Parroquial. Los motivos no están todavía claros y la fecha exacta del traslado permanece velada por las brumas de la escasez documental. En todo caso, parece ser que la Virgen de las Mercedes ya recibía culto en la Iglesia Mayor en 1819. Sabemos también que al año siguiente la Hermandad tuvo un pequeño conflicto con la Cofradía del Cristo de la Expiración. Pero en una nómina de hermandades del año 1834 se la menciona ya como extinguida. Por lo tanto, la actividad de esta hermandad cesó en la década de 1820, un cuarto de siglo después de haberse fundado.
La Virgen de las Mercedes conoció a partir de entonces un segundo período histórico, pero ya como imagen devota, sin hermandad, venerada así en la Iglesia Mayor Parroquial por los fieles. Este segundo ciclo de la historia de la imagen fue muchísimo más largo, pues comenzó en el segundo cuarto del XIX y se prolongó hasta mediados del siglo XX. La imagen de la Virgen de las Mercedes se veneró a los pies de la nave del evangelio durante todo este tiempo. Las imágenes de los santos Crispín y Crispiniano fueron transformadas en la década de 1870 en las de los también santos Servando y Germán, y destinadas a la recién consagrada capilla del Cerro de Los Mártires.
La tercera parte de la historia de esta errante imagen mariana se inició en el año 2003 en la capilla del antiguo hospital de San José, gracias a la restauración de la antigua talla letífica a iniciativa de la joven Cofradía del Cristo de la Sangre y Nuestra Señora de los Desamparados. Un auténtico rescate contemporáneo de la Virgen de las Mercedes, cuya orden tantos cautivos cristianos redimió y rescató de las fortalezas musulmanas.
1.15. Virgen del Pilar.
La Hermandad o Congregación de la Virgen del Pilar de Zaragoza, de la Real Isla de León, fue fundada en 1798 en la céntrica capilla de San Antonio, templo que había sido construído pocos años antes según los planos de Torcuato Cayón. El presbítero don Ramón Jiménez, capellán de dicha iglesia, solicitó al obispado permiso para fundarla con objeto de sacar un rosario de la aurora todos los días, seguido de una misa matutina, y las tardes de los días festivos. Las autoridades eclesiásticas informaron favorablemente acerca de la fundación, alehgando la mucha necesidad que había «de una misa de aurora» en una localidad donde el vecindario habría crecido tanto. No obstante, no hemos hallado el correspondiente decreto episcopal de erección canónica.
La congregación pilarista y rosariera isleña pudo tener dos conspicuos modelos en sendas ciudades vecinas: la antigua e ilustre Hermandad de Nuestra Señora del Pilar, sita en la Parroquia de San Pedro, de Sevilla; y la Archicofradía de la Virgen del Pilar, fundada en 1730 en la nueva iglesia de San Lorenzo de Cádiz. Ambas tenían como actividad principal de culto la celebración solemne de la festividad de la titular y una procesión vespertina de rosario con estandarte y faroles.
Patrocinada y auspiciada por el padre Jiménez, la Congregación alcanzó pronto un notable auge y mucho esplendor en sus cultos (novena y función en octubre, rosarios públicos diarios). Según las fuentes parroquiales, los cultos con motivo de la solemnidad de la Virgen del Pilar se celebraron con regularidad en la iglesia de San Antonio durante el primer tercio del siglo XIX, curiosamente cuando ya decaían los de otras hermandades y cofradías isleñas. Un informe eclesiástico sobre esta Congregación, fechado en 1832, afirma que «ha tenido su mayor incremento progresivamente de poco mas de doce años a esta parte, en cuya actualidad se halla muy regularmente constituida, y que celebra sus funciones con mucha solemnidad».
Otra prueba de su auge en los años finales de 1820 y primeros de 1830, es que la Congregación del Pilar fue instituida en 1831 heredera de los bienes de Petra Santamaría Diosdado, junto con un sobrino menor de edad de ésta. La herencia consistía en una casa situada en la calle de la Cruz Verde (hoy, Juan de Mariana) número 25, cerca pues de su sede canónica. La mitad de la casa, por lo tanto, habría de quedar al cuidado del mayordomo de la Hermandad del Pilar, «a fin de que sus rendimientos los emplee en el mayor fomento y culto de nuestra Señora del Pilar, sin darle otro algún destino ni aplicación».
Sin embargo, el auge pronto se trocó en decadencia y olvido. La última noticia que tenemos de esta asociación mariana es una disputa que sostuvo en 1832 con la Hermandad de Nuestra Señora del Rosario con motivo del turno que les correspondía en la celebración del jubileo circular. La Congregación del Pilar no existía cuando entraron en vigor las leyes esparteristas de 1840-1841. No obstante, sí parece que tenía vida en 1845, según la nómina de hermandades y cofradías que levantó la Cofradía del Santo Entierro. Pero definitivamente ya no figura en la lista redactada nueve años después por el arcipreste de la ciudad. Así pues, podemos afirmar provisionalmente que se extinguió a mediados del siglo XIX, tras apenas cinco décadas de historia.
La imagen titular, ya sin hermandad, siguió venerándose en la iglesia de San Antonio. Los inventarios decimonónicos de este templo (alguno se refiere a ella como «Virgen de los Santos») la describen como una imagen de talla completa, con corona de plata, acompañada de dos pequeñas imágenes de santos relacionados directamente con la advocación pilarista: Santiago Apóstol y San Hiscio. Aunque ya no había asociación de fieles, hay noticias de que los capellanes de San Antonio se ocuparon de celebrar cultos solemnes con motivo de su festividad a lo largo de la segunda mitad del siglo XIX y primer tercio del XX, sobre todo durante el rectorado del padre Eladio Cano.
Al cerrarse al culto la iglesia de San Antonio en la posguerra, la dieciochesca imagen de la Virgen del Pilar fue depositada en el cercano Convento de las MM. Capuchinas, donde todavía se le tributaron sencillos cultos en su fiesta durante unos pocos años. En el año 1949, la efigie mariana fue enviada a la nueva parroquia de la Inmaculada Concepción (Casería de Ossio). La peregrina imagen todavía se veneró allí por espacio de veinte años más. Los inventarios parroquiales de los años 1960 la mencionan con nitidez: «una Virgen del Pilar de madera con corona de plata»; y aluden a su colocación en una repisa: «una imagen de madera estofada, pequeña, en su columna — una corona de plata». Pero fue retirada del culto en los años 1970, desapareciendo su rastro.
La devoción a la Virgen del Pilar en San Fernando tuvo, no obstante, un digno epílogo. Al menos en lo que se refiere a asociaciones de fieles que la tuvieran por titular. En efecto, otra imagen de la patrona de España, réplica de la venerada en Zaragoza, fue donada en 1954 a la Iglesia Mayor Parroquial, siendo colocada en una hornacina a los pies del altar del patrón san José. El diestro isleño Rafael Ortega donó entonces un capote de paseo de su propiedad para que, con sus bordados en oro, se hiciera un manto para esta nueva imagen. Finalmente se suscitó ese mismo año de 1954 una Asociación de Caballeros de la Virgen del Pilar con sede en dicho templo. La nueva asociación parece que estaba impulsada por aragoneses vecinos de San Fernando, pero también pretendía aglutinar a la Guardia Civil, los funcionarios y empleados de Correos, así como los secretarios, interventores y depositarios de la Administración Local, de todos los cuales eran patrona la Virgen del Pilar. Apenas tenemos más datos sobre esta asociación de la posguerra, cuya vida en todo caso debió ser efímera.
1.16. Congregación de la Luz, Vela y Mayor Culto al Santísimo Sacramento.
De 1799 es la primera mención documentada sobre la existencia de esta congregación eucarística en la Real Isla de León. No sabemos la fecha exacta de la fundación, ni siquiera cuál fue su sede canónica (¿la iglesia de San Antonio?). Se organizó seguramente de forma semejante a la congregación matriz fundada en Madrid en 1789, luego en Sevilla en 1791 y después en Cádiz. La congregación madrileña fue creada bajo el patrocinio del rey Carlos IV, con el objeto de alumbrar y velar contínuamente al Santísimo Sacramento. El fin principal era, pues, el culto constante a Jesús Sacramentado: los congregantes se comprometían a que ardieran siempre dos velas en el sagrario, como recordatorio de la presencia divina en la eucaristía, y a orar allí durante media hora sucesivamente, para que el Santísimo estuviera continuamente acompañado.
La congregación isleña tuvo vida activa durante la primera mitad de la centuria decimonona. Sabemos incluso que en 1802 le fueron donadas varias alhajas para que construyera con ellas una custodia, pero, al no materializarse este proyecto, la donación se transfirió a la iglesia de San Antonio para el mismo fin.
Apenas tenemos noticias de su devenir histórico durante la primera mitad del XIX. Tras diez años de inactividad, la Congregación fue restablecida en 1854 a iniciativa del arcipreste de la ciudad secundado por un grupo de distinguidos ciudadanos isleños, llegando a contar por entonces con 135 congregantes. Con este motivo, el obispo decretó que se redactaran nuevos estatutos, pero no tenemos datos de los mismos, ni de lo que aconteció después. Parece ser que, con posibles altibajos (activa en 1862, no en 1879), la Congregación de Luz y Vela continuó viva en San Fernando durante toda la segunda mitad del siglo XIX. Lo confirma el hecho de que seguía funcionando en 1902, siendo considerada por entonces como una de las asociaciones más antiguas de la ciudad. Mas, poco después, la Luz y Vela se apagó definitivamente.
1.17. Virgen de la Salud.
La Hermandad de la Virgen de la Salud fue la última de las hermandades isleñas clásicas fundadas durante el Antiguo Régimen. En realidad fue la penúltima, si contamos la sui generis Hermandad de la Santa Caridad, fundada en 1805. Hasta nueve décadas después de su aprobación, no se crearía otra corporación de esta naturaleza en San Fernando. La asociación religiosa se constituyó en la capilla de su propio título en los primeros años del siglo XIX y tuvo una breve vida. La sagrada imagen mariana que le dio origen fue venerada durante medio siglo en esa ermita situada a la salida de la localidad camino de Cádiz. Al cerrarse este pequeño templo en 1840, la Virgen de la Salud fue trasladada a la iglesia conventual del Carmen, donde ha venido recibiendo desde entonces la veneración de los fieles durante un siglo y medio bien largo.
La devoción a la titular de la capilla nació desde el momento en que la sagrada imagen fue ubicada en la misma, tras su adquisición en Sevilla en 1790 a iniciativa del presbítero genovés Jácome Parodi. Quizá desde un primer momento hubo deseos de formarle una hermandad. Sin embargo ésta no se formalizó hasta algunos años después. Antes, se fundó la Cofradía del Santo Entierro de Nuestro Señor Jesucristo en la misma ermita. Hay indicios de que esta cofradía se encargó de algún modo del culto a la Virgen de la Salud antes de 1800 y que la Hermandad de esta Señora nació tal vez como una segregación de la cofradía de penitencia.
La devoción hacia la Virgen de la Salud creció, sin duda, a raíz de su primera salida procesional: una procesión extraordinaria de rogativas que presidió junto con la popular imagen de Jesús Nazareno durante la epidemia de fiebre amarilla de 1800. Quizá fue entonces cuando tomó cuerpo la idea de formarle una hermandad. En efecto, la Hermandad de Nuestra Señora de la Salud fue fundada en 1800 por un selecto grupo de destacadas personalidades isleñas: nobles titulados (como los marqueses de Arellano y Premio Real), regidores y diputados (es decir concejales), abogados y escribanos (o sea notarios), marinos, propietarios, etc. Abundaban entre ellos, sospechosamente, los dirigentes y hermanos de la Cofradía del Santo Entierro.
El obispo la aprobó, en principio, de forma verbal en ese año de 1800; aprobación que fue confirmada sin otras formalidades en 1801 por el vicario general de la diócesis en sede vacante, durante la visita que éste giró a la Real Isla de León. La Hermandad de Nuestra Señora de la Salud fue erigida y sus constituciones finalmente aprobadas sub conditione en mayo de 1802 por el provisor y vicario general.
La Hermandad de la Salud fue una de las pocas asociaciones de fieles isleñas que sabemos intentó cumplir sin evasivas el requisito de presentar sus constituciones al examen, revisión y aprobación del Consejo de Castilla, según lo ordenado por Carlos III en 1783. Así se demuestra en el poder especial otorgado a un procurador de Madrid por el hermano mayor, a los tres meses de la aprobación eclesiástica. Sin embargo, el éxito o fracaso de los trámites nos es desconocido por ahora.
Las constituciones de 1802 disponían los cultos siguientes en honor de la Virgen de la Salud: 1) Diariamente, santo rosario por las calles de la villa en forma de procesión, dentro de la tradición de los rosarios públicos fundados por fray Pablo de Cádiz a finales del Seiscientos. 2) Una novena en septiembre que principiaba el sábado anterior a la fiesta de la Natividad de la Virgen (8 de septiembre) y concluía en la festividad del Dulce Nombre de María (12 de septiembre). 3) Una procesión con la sagrada imagen mariana titular el día 12 de septiembre, aunque las constituciones no indicaban detalles sobre cómo habría de ser esta procesión, sino sólo que estaría supeditada al estado de los fondos sociales. 4) Honras por los hermanos difuntos al día siguiente de concluir la referida novena, con misa cantada y vigilia.
Como ocurría con las hermandades de Divina Pastora y Vera Cruz, la Hermandad de Nuestra Señora de la Salud deseaba ser propietaria tanto de la imagen titular, como de la capilla donde radicaba. Al solicitar su aprobación canónica, los congregantes de la Salud insistieron en que la capilla fue «erigida con las limosnas que en este vecindario ha postulado el presbítero don Santiago Parodi, de las que también procede la imagen titular que existe en ella». Es decir, una forma de declarar y recalcar que el templo y la efigie pertenecían por derecho a Parodi (y por lo tanto a la hermandad) y no a la Iglesia. No obstante, el obispo se encargó de dejar bien clara la nítida separación que debía existir entre la capilla y la imagen titular, de un lado, y la Hermandad, de otro; y las autoridades eclesiásticas siempre dictaron normas tendentes a dejar sentado que la Capilla de la Salud, sus imágenes y enseres pertenecían al obispado, no a la asociación de fieles ni a ningún particular.
La imagen de Nuestra Señora de la Salud había sido traída de Sevilla en 1790 por encargo del padre don Jaime Parodi Macaggi, para que presidiera la capilla que le estaba construyendo a la salida de la localidad. Es la única muestra indudable de imagen mariana de gloria de escuela sevillana en nuestra ciudad. La bella imagen es de las de vestir o de candelero. Lleva al Niño Jesús, de talla completa, en su brazo izquierdo. Muestra a su Hijo como celestial ostensorio. Ambas imágenes lucen coronas de metal plateado, la Virgen porta un cetro en la mano derecha; el Niño, un orbe y calza zapatitos de plata. Juan Dobado la sitúa dentro de la estética andaluza de la segunda mitad del siglo XVIII, en la tendencia neoclásica y en el estilo del escultor hispalense Cristóbal Ramos (f. 1799).
Por una causa o por otra, la aristocratica Hermandad de Nuestra Señora de la Salud se malogró y apagó casi en sus inicios: una hermandad marchitada prematuramente, sin dar los anhelados frutos que se esperaban de ella. De existir hoy, hubiera podido ser una de las antiguas, clásicas y señoriales hermandades de gloria isleñas. Y tendría por titular a una de las imágenes marianas mejores y más hermosas de la ciudad.
Entre los años 1810-1818, la Capilla de la Virgen de la Salud fue ocupada por religiosos capuchinos, fugitivos de los ejércitos napoleónicos. Luego, a principios de la década de 1820, fue cerrada al culto por hallarse en ruina. La imagen de la Virgen fue llevada entonces a la casa de su camarista, situada en la plaza del Carmen o sus inmediaciones. Una vez reparada provisionalmente la ermita, la efigie mariana fue conducida en procesión de nuevo a su sede.
Ante el desalojo de la capilla por parte de la Cofradía del Santo Entierro en 1830 y ante el empeoramiento del estado de la ermita que ello acarreó, se estimó que la instalación de una comunidad religiosa era un remedio para los males que afligían a la capilla que fundara el P. Parodi. Durante algún tiempo, ante diversas instancias oficiales, se luchó sin éxito por que la capilla acogiera una comunidad femenina de clausura, en concreto de religiosas carmelitas descalzas. De haber prosperado esta iniciativa, quizá la Capilla de Nuestra Señora de la Salud se hubiera conservado y llegado a nuestros días.
La imagen de la Virgen titular permaneció en su ermita hasta que doce años después, en 1842, fue trasladada a la iglesia del Carmen. Llegó a una iglesia ex conventual, cuyos religiosos habían sido exclaustrados cinco años antes. Fue colocada en la cuarta o penúltima capilla de la nave de la epístola, donde en la centuria anterior radicó la Hermandad de Santa Bárbara y donde hoy día continúa venerándose cobijada en un retablo neoclásico.
Para desdicha de la historia religiosa local y desventura de los ideales del padre Parodi, el destino de la Capilla de Nuestra Señora de la Salud era su completa demolición y desaparición. La ermita, en efecto, fue desbaratada en ese mismo años de 1842 y sus materiales se emplearon en reparar otros templos de San Fernando. Tan completa fue la demolición, que no quedó vestigio alguno de la ermita y aún hoy no se sabe con exactitud en qué parte de la zona situada a la salida de la Isla estuvo situada la Capilla de la Salud.
1.18. Santa Caridad.
Si el padre Parodi quiso pasar a la posteridad, lo consiguió con creces. No sólo por la copiosa masa documental que generó la controvertida fundación y aprobación de la Cofradía del Santo Entierro, sino también por las tres asociaciones de fieles sucesivas que, en un alarde de prestidigitación cofrade, suscitó ladinamente para que residieran en la capilla de Nuestra Señora de la Salud que él había fundado y para que, por ende, se ocuparan de su mantenimiento material y le otorgaran estabilidad jurídica: la propia Cofradía del Santo Entierro (1795), la Hermandad de la Virgen de la Salud (1801-1802) y finalmente la Hermandad de la Santa Caridad.
En efecto, apagados los fuelles de la cofradía de penitencia y de la hermandad mariana aludidas, don Jácome ideó crear una Hermandad de la Santa Caridad, siguiendo, no el modelo de la muy antigua de la vecina Cádiz, que se remontaba a fines del siglo XVI en el Hospital de la Misericordia que luego fue de San Juan de Dios, sino el modelo de la no menos antigua, devota, insigne y poderosa Hermandad de la Santa Caridad de Sevilla, la de Miguel de Mañara, la de la fastuosa, barroca iglesia de San Jorge con imágenes de Pedro Roldán y pinturas de Valdés Leal. La asociación no tuvo, pues, tanto naturaleza de hermandad o cofradía como la de una piadosa sociedad benéfica. Por ello, quizá no debería incluirse en esta relación de hermandades isleñas extinguidas. Pero lo hacemos por ser una original creación más del presbítero genovés Jácome Parodi y por tener como base social las mismas personas que fundaron e integraron las otras dos corporaciones parodianas antedichas.
La Hermandad de la Santa Caridad de la de la Real Isla de León fue creada en 1805, incitada, a no dudarlo, por el horrendo espectáculo de lastimosa improvisación e inhumanas carencias que había causado cinco años antes la epidemia de fiebre amarilla. Acostumbró a titularse oficialmente como Humilde y Real Hermandad de la Santa Caridad, justo como hacía la hermandad hispalense. Probablemente también usaría el escudo característico de la corporación sevillana (un corazón en llamas surmontado de una cruz arbórea) en su sede, cultos, documentos y enseres.
Un selecto grupo de distinguidos isleños, tanto eclesiásticos como seglares, compadecidos «al ver la falta que hay en este vastísimo pueblo de establecimientos piadosos que tengan por objeto aliviar y socorrer las muchas y graves necesidades que ocurren», se reunieron en 1805 en la capilla de la Salud para fundar dicha hermandad bajo la protección de Nuestra Señora de la Salud y de los santos patronos san Servando y san Germán. Los fines edificantes y útiles de su instituto, los vastos objetos de caridad que perseguía y el buen orden que observaban este tipo de hermandades en casi todas las capitales y ciudades populosas en que estaban favorecieron su inmediata aprobación por la autoridad eclesiástica, siendo erigida por el obispo don Javier Utrera según decreto dado en Cádiz el 16 de octubre de 1805, ordenando que se arreglaran en todo a las constituciones sevillanas y que obtuvieran también la aprobación del Consejo de Castilla.
Ya hemos dicho que las hermandades de la Santa Caridad de Sevilla y de Cádiz estaban integradas por personas de las más distinguidas y encumbradas de ambas ciudades. La composición de la hermandad de la Isla de León era también muy selecta y exquisita. Baste con decir que de las veintitrés personas que componían la primera junta de gobierno, siete eran eclesiásticos, probablemente los más representativos e influyentes de la localidad; de las dieciséis personas restantes, doce eran marinos de guerra de alta graduación, entre ellos, dos nobles titulados y cuatro caballeros de órdenes militares. Las juntas de gobierno posteriores que conocemos siguieron teniendo esa composición distinguida y representativa de la sociedad isleña, sumándose a las mismas también regidores del Ayuntamiento y funcionarios civiles.
Tenemos más datos sobre la historia posterior de esta hermandad sanfernandina: sus difíciles comienzos por la escasez de fondos para tan altruistas fines, que restringieron su actividad al enterramiento de ajusticiados; su traslado de sede a la Iglesia Mayor Parroquial hacia 1810, motivado quizá por la llegada de los frailes capuchinos a la ermita de la Salud; el importantísimo legado de fincas urbanas que recibió en propiedad en 1817, gracias a la fundación piadosa que dejó dispuesta Francisco Javier Jennett, rico comerciante de origen irlandés, al que podríamos bautizar como «el Miguel de Mañara isleño»; sus intentos de unirse con el Hospital de San José para formar una macro-institución de misericordia, planes que fueron denegados por el obispado; la expropiación de todos sus inmuebles sufrida durante las desamortizaciones liberales; su adscripción por imperativo legal, como todas las antiguas instituciones de beneficencia, a la administración estatal o local, etc.
Pero no es nuestro objetivo exponer todo ello aquí. Nos basta con saber que en esta ciudad existió una Hermandad de la Santa Caridad durante el primer tercio del siglo XIX, semejante a la sevillana y con sus mismos fines altruistas. Esta institución fue víctima de uno de los distintivos de la Real Isla de León dieciochesca: un municipio nuevo, pero tardío, que quiso imitar las instituciones de las localidades circundantes, cuando los cimientos y pilares que las sustentaban se desmoronaban al compás de la crisis del Antiguo Régimen.
1.19. Otras hermandades dieciochescas de vida efímera.
- Congregación de la Virgen de los Dolores, de la iglesia del Carmen. En principio, no tenemos constancia de que la Dolorosa carmelitana tuviese alguna hermandad o congregación que le rindiera culto regular. Sin embargo, Agustina del Castillo, mujer de Lucas Lozada, caballero de Calatrava y teniente de fragata, dejó dispuesto en su testamento otorgado en 1773 que a «su cadáver, amortajado con el hábito de Dolores de la Congregación que existe en el convento de religiosos carmelitas descalzos de esta villa, se le diese sepultura en la iglesia del mismo convento, con el funeral de entierro general». Sabemos que su voluntad se cumplió y que tras su fallecimiento fue sepultada «con el citado hábito en el cañón o bóveda de nuestra Madre y Señora de los Dolores del referido convento». Quizá se trate de una confusión con la Orden Tercera servita de la Iglesia Mayor Parroquial, o quizás hubo en efecto una fugaz congregación dedicada a Nuestra Señora de los Dolores en la iglesia conventual. Nos faltan más datos esclarecedores al respecto.
- Esclavitud de Nuestra Señora de los Dolores, del Arsenal de la Carraca. A finales del siglo XVIII existió en la nueva iglesia parroquial del Arsenal una hermandad dedicada a Nuestra Señora de los Dolores. Un grupo de devotos, encabezados por el contramaestre Ignacio Montero, solicitó en 1785 el establecimiento de una congregación para dar culto a María Santísima de los Dolores. El fundador y los congregantes, deseando que la asociación fuera a más, solicitaron al Vicario General Castrense licencia para comenzar a practicar las diligencias necesarias para constituirse formalmente en hermandad, «arreglada a las constituciones de la de Barcelona o arreglándonos a lo que V. S. imponga». Esta mención a la hermandad de la Ciudad Condal es particularmente interesante, pues suponemos que se trataba de la Orden Tercera servita barcelonesa creada en 1663, la primera fundada en España. Por consiguiente, esta Hermandad de Dolores del Arsenal sería también una congregación seglar servita.
Un documento de 1789 demuestra que ya spor entonces e hacía una función anual a Nuestra Señora de los Dolores, costeada con las limosnas que conseguían sus devotos entre los moradores del complejo industrial militar. La última noticia que tenemos de esta congregación es que, en 1793, estaba constituida con la denominación de Esclavitud. En cuanto a la imagen titular, debe tratarse indudablemente de la Dolorosa de talla completa que hoy se venera junto a un Santo Cristo crucificado en la capilla bautismal, a los pies de la nave del evangelio de la iglesia del Arsenal. No es inverosímil que la hubiese tallado alguno de los escultores que trabajaban en el propio Arsenal en la segunda mitad del XVIII.
- En los últimos años del siglo XVIII, según algunos testimonios documentales, existía una Hermandad de la Pura y Limpia Concepción en la Iglesia Mayor Parroquial, cuya imagen titular debió de ser, sin duda, la antigua talla del Castillo. Un alférez de fragata procedente del cuerpo de pilotos de la Real Armada benefició a esta desconocida congregación con un legado consistente en una casa de su propiedad situada en la calle San Nicolás, «para que con los arrendamientos de dicha casa se distribuyan en el mayor y mejor culto de Dios y de su Santísima Madre en los días de la novena que anualmente se hace a esta Soberana Señora en dicha parroquial iglesia». No hemos hallado más datos acerca de esta hermandad, ni cúando se fundó ni cuál fue su trayectoria histórica. Sospechamos que tuvo seguramente una vida fugaz.
- La Inmaculada Concepción también fue titular de una curiosísima cofradía infantil creada en la Real Isla en 1798 y titulada Cofradía de María Santísima en su Concepción Inmaculada. La formaba un grupo de jóvenes o niños que salían cantando y rezando el rosario por las calles de la villa, con la pretensión de extender esta devoción en honor de la Virgen. El grupo no tenía su sede en ningún templo, sino en el domicilio familiar de uno de los cofrades. El vicario de la Isla de León admitió sus cultos a causa de «la inocencia de sus corazones» y «siempre que su devoción fuese verdadera y permaneciesen con juicio». Los cofrades salían en procesión de rosario «con las insignias acostumbradas» o «proporcionadas a su edad». Llegó a obtener algunas indulgencias concedidas por el obispo de Cádiz. No creemos que pasara de un episodio anecdótico.