Hermandades y Nacionalcatolicismo
El alzamiento militar del 18 de julio de 1936 triunfó en San Fernando desde su inicio y sin apenas incidentes. Simplemente, se procedió a la lectura del bando de guerra en la plaza del Rey por parte de dirigentes militares, así como a la detención de la Corporación Municipal y toma del edificio del Ayuntamiento por las tropas sublevadas, izándose la bandera rojigualda en las Casas Consistoriales. El único incidente remarcable fue la acción efímera y rápidamente sofocada de dos buques anclados en el muelle del Arsenal de La Carraca adictos al gobierno republicano.
La ciudad quedó desde el primer momento en la llamada zona nacional. Por lo tanto en ella se aplicaron inmediatamente los decretos que derogaron la legislación laica republicana y que restauraron los principios religiosos tradicionales. La Iglesia española lo agradeció tomando partido a favor de la sublevación y titulando el alzamiento como «Cruzada Nacional», máxime teniendo en cuenta la encarnizada persecución de la que estaba siendo víctima en la zona republicana. Con la victoria de las fuerzas nacionales el 1 de abril de 1939, se empezaron a poner las bases de lo que sería un nuevo Estado: el Régimen de Franco.
En San Fernando, el hecho de que la guerra civil se viviera como algo de paso instantáneo y que apenas dejó incidentes traumáticos (salvo los derivados de la represión política), así como la presencia en la ciudad del importantísimo estamento militar naval que desempeñaría un papel preponderante en los destinos de la nación a partir de entonces, y la prosperidad de la industria de construcción naval (constitución en 1942 de la E.N. «Bazán» además de la preexistente Fábrica de San Carlos), favorecieron durante las décadas de la posguerra un crecimiento paulatino en todos los órdenes: demográfico, económico y social.
A los efectos que nos interesan, podemos dividir esta etapa histórica en dos subepígrafes correspondientes al período nacional-católico (1936-1965) y a la crisis posconciliar (1965-1975).
Hermandades y nacionalcatolicismo (1936-1965)
El Régimen de Franco empleó a la Iglesia y a las instituciones eclesiásticas (entre ellas, las hermandades) para su afirmación y legitimación; pero también la Iglesia se benefició de ese mismo Régimen confesional para su auge y desarrollo.
Durante esta etapa se asistió a una exaltación oficial del catolicismo, que impregnó toda la vida social. La unión Estado-Iglesia fue total. El nacional-catolicismo se manifestó en multitud de actos públicos, como consagraciones y entronizaciones de advocaciones significativas (sobre todo, el Corazón de Jesús), coronaciones canónicas de patronas o de imágenes marianas devotas, fundaciones y renovaciones de cofradías, tributo de honores civiles y militares a las imágenes religiosas, cultos solemnes o procesiones de acción de gracias cada vez que ocurría un acontecimiento nacional (durante la guerra, p.ej. fueron frecuentes en San Fernando las procesiones, salves y Te Deum cada vez que llegaba la noticia de una victoria o de la ocupación de una ciudad por los nacionales).
La prensa de estos años fue un poderoso vehículo propagandístico de este nacional-catolicismo, con los periódicos repletos de información sobre acontecimientos religiosos o salpicados de consignas enfáticas dirigidas a los ciudadanos recordándoles las festividades y solemnidades litúrgicas. Se forjó así la mentalidad de que ser buen patriota y ser buen católico era una misma cosa.
Con este ambiente político y social, era lógico que en estos años las procesiones estuvieran saturadas de connotaciones militares y se transformaran en ordenados desfiles, proliferando igualmente las presidencias militares delante de los pasos, después de los años de prohibición durante la República. Las hermandades y cofradías se vincularon a instituciones o personas afectas al Régimen, p.ej. Armas o Cuerpos del Ejército y de la Marina de Guerra, jefes de Falange Española o altos cargos del Movimiento, a través de nombramientos honoríficos, que además de otorgar cierto prestigio a las hermandades les facilitaba medios económicos. En San Fernando, capital de Departamento Marítimo, fue habitual nombrar hermanos honorarios a personalidades de la Armada y del gobierno provincial y local. Por su parte, los dirigentes civiles y militares del Régimen se preocuparon de poner personas de confianza al frente de las hermandades y cofradías, al menos de las que tenían más relieve social.
En San Fernando fue el caso de las hermandades de la Virgen del Carmen (presidida casi siempre por marinos de guerra) y Jesús Nazareno (presidida por miembros de la corporación local, incluso por los propios alcaldes en los primeros años de la posguerra). En no pocas ocasiones, las fundaciones de hermandades eran directamente alusivas a la pasada contienda civil o a sus consecuencias, por ejemplo: en Sevilla, la nueva hermandad del Porvenir cuyos titulares llevaron (y llevan) los significativos títulos de Victoria y Paz; en Cádiz, Málaga, Córdoba y la propia San Fernando aparición de hermandades que agrupaban a excombatientes o excautivos en tornos a imágenes de Jesús de Medinaceli (Cautivo y Rescatado); o casos extravagantes como el de la hermandad del Cristo Mutilado de Málaga, fundada con licencia eclesiástica en torno a una imagen bárbaramente mutilada durante los tristes sucesos de la república, para procesionarla como testimonio ejemplar de lo sucedido y en cuyo desfile sólo figuraban mutilados de guerra con sus uniformes respectivos y una capa blanca (dejó de salir en 1976, al querer participar en el cortejo los mutilados del bando republicano).
Otro aspecto del Régimen de Franco en el que las hermandades y cofradías fueron de algún modo instrumentalizadas fue el relativo a los movimientos sociales. En efecto, para acabar con la conflictividad social que había dominado durante el gobierno republicano, el Régimen dictó una legislación laboral presidida por el Fuero del Trabajo (1938) que, de acuerdo también con la doctrina social de la Iglesia, impuso el corporativismo (sindicato vertical) e incluso fomentó una vuelta a las asociaciones gremiales preindustriales, para neutralizar así la lucha de clases de cuño marxista. Al igual que en la sociedad del Antiguo Régimen todos los gremios se acogían a la protección de alguna advocación religiosa, ahora en el nacional-catolicismo se fomentó lo mismo y se contemplaron a las hermandades y cofradías como medios idóneos para ello.
De este modo, se fundaron en la posguerra cofradías de obreros cargadores (San Fernando: Cristo Resucitado en 1947), de estudiantes (San Fernando: Jesús de los Afligidos en 1939; Cádiz: Jesús de la Sentencia en el mismo año), de trabajadores municipales de Agua y Electricidad (Cádiz: Cristo de las Aguas y Virgen de la Luz, 1944), de hostelería (Sevilla: Cristo de la Caridad y Santa Marta, 1946); de transportistas (Jerez: Jesús del Consuelo, 1952); del comercio (San Fernando: Ecce-Homo 1956), de médicos y personal sanitario (Cádiz: Jesús del Mayor Dolor, 1946; San Fernando: hermandad de los santos Cosme y Damián, 1956), etc; o se intentó vincular las ya fundadas con gremios «apropiados» (San Fernando: Oración del Huerto fundada en 1943 y vinculada posteriormente durante un tiempo a la hermandad sindical de labradores y ganaderos).
La unificación de los grupos políticos en una sola entidad política de carácter nacional (Falange Española) tuvo su reflejo en la aparición y fomento desde las instancias oficiales de organismos que aglutinaran, que también unificaran a las hermandades y cofradías en cada localidad. Así, se crearon los consejos y agrupaciones de cofradías, aunque algunos remontaban su existencia, bien es cierto, a épocas anteriores. En San Fernando, tras algunos intentos sin continuidad en los años cuarenta y cincuenta (y sin contar el remoto antecedente decimonónico ya aludido), se fundó la Junta Oficial (luego Consejo) de Hermandades y Cofradías en 1969, un tanto tardíamente. Estos organismos unificadores y aglutinantes tuvieron y tienen entre sus cometidos los de fijación de la carrera oficial (en San Fernando, data de los años 50 la elección de la calle Calvo Sotelo o Rosario como vía pública por la que forzosamente habrían de procesionar todas las hermandades, bajo la presidencia de las autoridades civiles, militares y eclesiásticas desde una tribuna), la organización del pregón de la Semana Santa, la publicación regular de un boletín informativo (en Sevilla, desde 1959), etc.
Evidentemente, al igual que pasaba en otras épocas históricas, las hermandades no sólo fueron, ni mucho menos, producto de los intereses políticos o religiosos de la coyuntura política, aunque la ideología dominante en cada momento influyera sin duda en su constitución, auge o declive. También la inalterable, acendrada y sincera piedad de los fieles católicos, o el impulso decidido de beneméritos eclesiásticos, tuvieron mucho que ver en el renacer y el esplendor cofrade.
Por otra parte, los destrozos ocasionados en el patrimonio cofrade durante la República y la guerra (aunque no fue el caso de San Fernando) trajo la necesidad de reponer lo perdido, lo que unido al afán de mejorar y de procesionar cada año con mayor brillantez manifestado por las hermandades en la posguerra (y aplaudido y fomentado entonces por las autoridades civiles y eclesiásticas) propició una floración inaudita de artistas y artesanos relacionados con la Semana Santa (escultores, tallistas de pasos, orfebres, bordadores). La escuela andaluza de imaginería creció y se expandió en uno de los fenómenos artísticos más interesantes y sugestivos de la segunda mitad del XX, que se prolongará hasta nuestros días.
Por lo que respecta, ya estrictamente, a las hermandades y cofradías isleñas de esta etapa histórica, debemos decir ante todo que en estos 25 primeros años del franquismo se dobló con creces su número, casi se triplicaron, pasándose de las seis tradicionales a las quince existentes en 1965, sin contar las de gloria. Nunca hubo antes en San Fernando tantas cofradías y tantos pasos en la calle.
Las fundaciones se desplegaron en dos ciclos: 1) en el ciclo de los años 40 se fundaron Jesús de los Afligidos (1939), Virgen de la Caridad (1942), Oración en el Huerto (1943), Jesús de Medinaceli (1945) y Señor Resucitado (1947); se restablecieron Expiración (1940, con un cambio radical de línea que le hizo convertirse casi en otra cofradía: «El Silencio») y Santo Entierro (1942, tras casi 40 años extinguida de hecho); y se revitalizaron Nazareno, Vera Cruz, Soledad y Columna, aunque las dos primeras habían sorteado relativamente bien los difíciles años 30; 2) en el ciclo fundacional de los años 50: Cristo del Perdón (1953), Ecce Homo (1954), Jesús de la Misericordia (1957) y Cristo Rey o Entrada en Jerusalén (1963).
Cádiz tornó a ser el principal modelo, pero ya no el único. La Expiración tomó sus radicalmente novedosas señas de identidad de la cofradía gaditana de la Buena Muerte, el Santo Entierro se refundó por el estímulo de las varias procesiones magnas presididas por el Santo Entierro que tuvieron lugar en la capital en los años inmediatos a la guerra, Afligidos tomó de su homónima gaditana si no directamente su advocación sí el originalísimo pasaje del Vía Crucis y de los Evangelios Apócrifos para el paso de misterio, la tan típica devoción de la posguerra a Jesús de Medinaceli comenzó en Cádiz y fue seguida por San Fernando, el Ecce Homo tenía un claro referente en la hermandad gaditana de la iglesia de San Pablo…
Pero hubo otros modelos, como Jerez para la Borriquita, Cartagena para la Caridad, o la propia San Fernando a través de Vera Cruz para casi todas las cofradías fundadas en la posguerra. Quizás debemos reputar como hermandades originales isleñas a la Oración en el Huerto (que se adelantó a la fundación de la propia hermandad homónima de Cádiz), al Señor Resucitado (original muestra isleña de asociacionisno obrero católico), y al Cristo del Perdón (isleñísima y marinera en su concepción original de Cristo de los Navegantes y gremial de las gentes de la mar).
Hay que reconocer que, de entre las hermandades y cofradías de San Fernando, la más paradigmática del nacional-catolicismo fue indudablemente la antigua y prestigiosa Hermandad de la Virgen del Carmen. Así lo prueban los honores sucesivos que se le fueron concediendo: coronación canónica (1951), Alcaldesa honoraria perpetua (1954), Capitán General de la Armada (1955), todo ello suntuosamente escenificado en el atrio del Ayuntamiento, sede del poder local y con la asistencia de las autoridades civiles, militares y eclesiásticas. La acendrada devoción hacia la Virgen del Carmen se convirtió durante estos años en el símbolo de la religiosidad tradicional del pueblo isleño y de su vinculación secular con la Marina de Guerra. El fervor hacia la imagen doblemente Patrona alcanzaría cimas inigualables en esta época (prestigiosa novena, procesión marítima inédita hasta entonces…).
La Semana Santa nacida en la posguerra es la que hoy se conoce y entiende como la «tradicional» de esta ciudad: estaban ya casi todos los pasos, imágenes y advocaciones, aunque se asistió también a cambios de advocaciones de imágenes marianas (Esperanza por la Dolorosa franciscana, Gracia y Esperanza por la pastoreña); se tipificaron las clases de atributos procesionales y los enseres, la forma de carga y la música, los hábitos de los penitentes y sus colores, los itinerarios…
Pero ya había también elementos foráneos, de clara influencia sevillana, que en esa época fueron asumidos con naturalidad y sin oposición: la talla o la restauración de imágenes por artistas sevillanos (fundamentalmente, Castillo Lastrucci), la sustitución de los antiguos pasos de corte gaditano o malagueño por otros de líneas estilísticas sevillanas que dotaron a las procesiones de nueva magnificencia y prestancia, el uso de pasos de palio y de su canon estético sevillanizante para las imágenes marianas relegándose los templetes (ya lo había hecho así en 1921 la hermandad del Carmen, pero el primero de las de penitencia fue el estrenado en 1939 por la Virgen de las Lágrimas de la hermandad de Columna); la importación con exitosa aceptación de marchas genuinamente sevillanas y dedicadas a advocaciones sevillanas, que sin embargo pasaron felizmente a formar parte del acerbo cofrade isleño («Amarguras», «Virgen de las Aguas», «Estrella Sublime», «Pasan los Campanilleros»…).
La historiografía local alcanzó un hito en esta época con la publicación de la historia del doctor Salvador Clavijo. La obra, muy novedosa en su día, fue una síntesis de todo lo anterior, aportando por vez primera capítulos específicos dedicados a la historia de las hermandades y cofradías isleñas, aunque no de forma sistemática y mucho menos exhaustiva. Pero es un mérito que no se le puede escamotear. De sus muchos aciertos y de sus no pocos errores, han bebido los historiadores locales posteriores (y en particular los que se han interesado por la historia cofrade isleña) casi hasta el presente.
La crisis posconciliar
El segundo período del Régimen de Franco, desde el punto de vista de las hermandades y cofradías, estuvo marcado por el Concilio Vaticano II. Tiempo de profundas y necesarias reformas, años de incierta expectación.
El Concilio fue anunciado por Juan XXIII en 1959, siendo inaugurado por el mismo papa en 1962 y clausurado solemnemente por Paulo VI en 1965. Fue recibido con gran esperanza y alegría en todo el mundo. Tras su clausura, comenzó inmediatamente en toda la Iglesia una gran actividad posconciliar. En la política española se manifestó, quizás, en el hecho de que un sector de la Iglesia comenzó a desvincularse del Régimen o a criticarlo abiertamente.
Con el Concilio se quiso lograr una renovación y puesta al día («aggiornamento») de la Iglesia Católica de cara al mundo contemporáneo, lo que entrañaba buscar el incremento de la fe católica, renovar las costumbres del pueblo cristiano y adaptar la disciplina eclesiástica a las necesidades actuales. Se buscaba un cristianismo más esencial y puro. Entre las reformas abordadas por el Concilio se encontraba la de la sagrada liturgia: se rechazó el lujo y la ostentación, lo aparatoso, lo que no fuera sencillo y más evangélico. Inevitablemente, se chocó con expresiones de culto tradicionales como las que llevaban a cabo las barrocas hermandades y cofradías, que de pronto parecieron anacrónicas y trasnochadas.
En aras del triunfo de la desnudez evangélica, se desembocó en una época en cierto modo «iconoclasta»: antiguas y venerables imágenes desechadas de los templos, altares y retablos desmontados y vendidos… En San Fernando en esta época se transformaron radicalmente los interiores de templos como la Iglesia Mayor, San Francisco y la Divina Pastora, extraviándose así un antiguo patrimonio histórico y artístico.
El Concilio coincidió en España con una época de notable crecimiento económico e industrializador: el llamado «desarrollismo» de los años 60 y principio de los 70. Este desarrollo material condujo a un crecimiento incontrolado de las ciudades, en las que se cometieron numerosos atentados contra los cascos históricos al no existir todavía una legislación protectora. En San Fernando, p. ej., se demolieron y desaparecieron para siempre templos isleños con tanta carga histórica como las capillas de San Antonio, del Auditor y la Escuelita de Cristo, en medio de la indiferencia general. El «desarrollismo» también originó indirectamente un cierto entibiamiento de la tradicional religiosidad católica española.
Con respecto a las hermandades, la necesaria y bien intencionada reforma litúrgica no fue siempre interpretada con tacto y mesura, pues al querer librar al culto divino del antiguo y obsoleto aparato litúrgico, sumió en crisis a las hermandades de gloria y a las casi centenarias congregaciones femeninas de cultos internos nacidas a finales del XIX. Unas perdieron su razón de ser y desaparecieron, especialmente las establecidas en las arruinadas capillas que hemos citado; otras llevaron una vida de auténtico decaimiento y escasez (Esclavitud del Santísimo, Orden Tercera de Servitas, Divina Pastora). A la hermandad de la Virgen del Carmen le salvó quizás su condición de Patrona de la Marina y de la ciudad, es decir sus vínculos con el Régimen, ya también caduco. A las cofradías de penitencia les salvó sin duda la estación de penitencia, la anual, popular y ansiada salida procesional.
En todo caso, las cofradías también sufrieron en estos años importantes dificultades económicas. Algunas no pudieron efectuar su salida en determinados años de la década de 1960 y primeros de 1970, como la del Cristo de la Columna; la mayoría la realizó modestamente. Otras tuvieron que prescindir de los cargadores y llevar transitoriamente los pasos sobre ruedas, como el Cristo de la Expiración. En general, las cofradías se mostraron apagadas y decaídas en estos años posconciliares; aunque hubo, claro, excepciones.
Un intento de renovación cofrade en la línea de austeridad deseada por el Concilio produjo una originalidad como Mater Amabilis (1972), siguiendo quizás los precedentes de hermandades como Amor y Sacrificio de Jerez, o de Ecce Mater Tua de Cádiz. Esta cofradía fue sin duda innovadora en varios aspectos de la Semana Santa, pero su orientación ascética no tuvo la continuidad apetecida.