Época liberal (1808-1874)

Crisis del Antiguo Régimen y las hermandades

Esos casi setenta años contemplaron la crisis y fin del Antiguo Régimen y el nacimiento de la Edad Contemporánea y del Estado moderno. Fue una época de transformaciones cruciales. La Real Isla de León, en particular, fue escenario de algunos de los acontecimientos políticos más señalados y trascendentes de esta época, adquiriendo una dimensión auténticamente histórica. Sin embargo, esta fue la peor etapa de la historia de las hermandades y cofradías en todas las ciudades, no sólo aquí.

La crisis del Antiguo Régimen y las hermandades (1808-1843)

De forma muy sintética y esquemática, buscando la claridad expositiva, podemos describir los principales rasgos de esta época de crisis en España de la manera siguiente:

1. Crisis política. En el reinado de Carlos IV (1788-1808): guerras contra la Francia revolucionaria, luego alianza con ésta contra Gran Bretaña (1805: desastre de Trafalgar), motín de Aranjuez y abdicación del rey (1808). En el de Fernando VII (1808-33): invasión y ocupación francesa, quedando sólo libre la Isla Gaditana, donde se estableció el Consejo de Regencia; Cortes Constituyentes en la Real Isla el 24 Septiembre de 1810, trasladadas luego a Cádiz, donde promulgaron la Constitución de 1812 configuradora de un nuevo orden político; pérdida de las colonias de América, trienio liberal (1820-23), segunda ocupación francesa (los «Cien Mil Hijos San Luis»), represión y década absolutista (1823-1833).
En el de Isabel II (1833-1868): guerras carlistas, revueltas liberales, pronunciamientos militares, inestabilidad de los gobiernos, guerra y colonización de Marruecos (Tetuán, 1859), revolución de 1868 y destronamiento de la Casa de Borbón. Durante el llamado Sexenio Revolucionario (1868-1874): reinado de Amadeo I, Primera República, cantonalismo y última guerra carlista.

2. Crisis económica. Los gastos de las sucesivas guerras endeudaron al Estado. La sublevación e independencia de las colonias americanas (1811-1824) tuvo consecuencias desastrosas para la economía, agravada por la pérdida de los ricos mercados coloniales.
El Estado buscó mayores ingresos fiscales y la obtención de nuevos recursos para sufragar sus gastos y amortizar su deuda. En el reinado de Isabel II se acudió a la desamortización de los bienes eclesiásticos como solución, es decir a la apropiación por parte del Estado de bienes inmuebles pertenecientes a la Iglesia Católica para venderlos y aplicar el importe así obtenido en la liquidación de la deuda pública. Hubo tres fases desamortizadoras: la de Mendizábal (1836/37), la de Espartero (1841/42) y la de Madoz (1855); las tres incidieron en mayor o menor grado en la vida de las hermandades y cofradías, y por eso nos interesan particularmente.

Por otro lado, en San Fernando, localidad creada en función de la Marina de Guerra y la industria de construcción naval, el desamparo oficial de este sector repercutió muy negativamente: pertinaz atraso en las pagas de las clases de Marina que comprometió severamente la prosperidad de la ciudad y dificultó su recuperación.

3. Crisis sociales e ideológicas. Propagación de las ideas revolucionarias que desembocó en la formación de una mentalidad liberal, progresista y anticlerical; creciente secularización y paulatina descristianización de determinada capas sociales.
Durante todo este período, las hermandades y cofradías fueron vistas en general con descrédito, por considerarlas entidades vinculadas al fenecido Antiguo Régimen y contrarias a la ideología liberal que se asentaba en España. La crisis política, económica e ideológica afectó a las hermandades y cofradías, particularmente a las de San Fernando, de la manera siguiente:

1. En los hermanos. Disminución del número de los inscritos y del número de los que asistían a los cultos y procesiones. La devoción de los fieles se entibió.
2. En los cultos. En la Isla de León hubo prohibiciones de salidas procesionales durante el asedio francés (1810-1812), aunque no se sufrieron las funestas consecuencias de la ocupación francesa como p. ej. en Sevilla y Málaga. Las procesiones también fueron prohibidas durante el trienio liberal (1820-23) y en los dos años siguientes (1824-25) por motivos de orden público. La medida política más grave y perturbadora para las cofradías fue el Real Decreto de 8 de febrero de 1842 del Regente, general Espartero, que suspendió a todas las hermandades que no demostraran que su único objeto era el culto a una sagrada imagen; pero ínterin no lo demostraban, todas las que quedaban por entonces estuvieron suspensas legalmente durante unas semanas. Finalmente se las procesiones prohibieron, o al menos se desaconsejaron, durante la Primera República (1873-74).
Por lo que respecta a los cultos internos, la exclaustración de los religiosos decretada en 1835, condujo a que en San Fernando se suprimieran el Convento del Carmen y el Hospicio de San Francisco, debiendo secularizarse los religiosos de ambos. Las iglesias sí quedaron en uso, pero ocupándose las dependencias conventuales por organismos militares (p. ej., el Convento del Carmen, no la iglesia, fue convertido en Parque de Artillería del Ejército y así permaneció durante los ochenta años siguientes). Las hermandades instaladas en ambos conventos (Virgen del Carmen, Santo Entierro, Cristo de la Expiración, Santa Bárbara, V.O.T. franciscana) quedaron muy perjudicadas y en estado crítico.

3. En la actividad social. La previsión social (entierros, asistencia a enfermos, hospitales) fue asumida gradualmente por sociedades civiles con ánimo de lucro o por el propio Estado. Las hermandades continuaron pagando el entierro de sus cofrades y encargando misas en sufragio de sus almas, pero ya no enterraban directamente a sus hermanos difuntos en las criptas particulares. Así se mantuvieron hasta principios del XX.
4. Sobre todo, en sus finanzas y bienes. La crisis económica perjudicó gravemente a las hermandades y cofradías isleñas. Decrecieron sus ingresos económicos por varias causas: 4. 1.) porque las autoridades civiles prohibieron que las hermandades pidieran limosna públicamente, como era su antigua costumbre; 4. 2.) porque la Armada y la industria naval aneja, de las que vivía la ciudad, no percibían sus sueldos y, en consecuencia, los hermanos no podían satisfacer las cuotas o limosnas de sus respectivas hermandades; 4. 3.) porque los hermanos se daban de baja al perder el estímulo de poder ser sepultados a los pies del titular; 4. 4.) porque no se alistaban nuevos hermanos, debido a la progresiva secularización social; 4. 5.) porque las asociaciones de fieles se veían abocadas, por imperativo estatutario, a invertir sus parcos ingresos en los entierros de los hermanos que quedaban e iban falleciendo. De este modo, sin el necesario soporte económico, muchas hermandades se sumieron en la decadencia o en un prolongado aletargamiento; otras, fueron abocadas a la extinción.
La crisis, por consiguiente, afectó, por un lado, a las hermandades establecidas en los dos conventos: tanto la de la Virgen del Carmen, como el Santo Entierro (que después de haber sido cerrada su capilla de la Salud había recalado en el Carmen, donde sufrió estas convulsiones), como la Expiración sufrieron años de abandono e inactividad, la última incluso con un dificultoso y embrollado intento de renovación pero en la Iglesia Mayor Parroquial; y, por otro, a las que tenían bienes inmuebles y fueron expropiadas o sometidas a intentos de incautación: Rosario, Carmen, Esperanza, Soledad y las órdenes terceras de Servitas y Franciscana.

Desaparecieron las hermandades de la Virgen de la Esperanza, la Virgen de la Salud, Nuestra Señora de la Merced y la Virgen del Pilar; temporalmente, la del Santísimo y Ánimas, y la Cofradía de la Vera Cruz. Sufrieron graves crisis las hermandades de Jesús Nazareno (abandonada por los montañeses que la habían fundado, renovada en 1830 por marinos de guerra), Soledad (conoció años de abandono), San Antonio Abad y San José (ambas difícilmente se recuperarían del decaimiento)… Todas además, como hemos dicho, estuvieron suprimidas por primera vez en su historia, aunque durante breve tiempo, a raíz del citado Real Decreto de 1842.

Como últimos eslabones de estos años de crisis conviene citar, por un lado, la demolición de la capilla de la Virgen de la Salud a principios de la década de 1840, después de medio siglo de historia y de haber sido tan ardua y entusiastamente levantada por el P. Parodi, pasando sus imágenes y enseres a la Iglesia Mayor Parroquial o al Carmen y utilizándose sus materiales para reparar las capillas de la Divina Pastora y el Santo Cristo; por otro, el intento de derribo de la iglesia de la Divina Pastora en 1873, durante la revolución cantonal, en aras de una pretendida mejora urbanística.

Época isabelina (1843-1868)

Esta época de crisis para las cofradías tuvo una tregua, un paréntesis de 35 años, durante la etapa de gobiernos moderados (fundamentalmente los de los generales Narváez y O´Donnell) del reinado de Isabel II. Después de los convulsos años precedentes, se normalizaron las relaciones entre el reino de España y la Iglesia Católica merced a la firma del Concordato con la Santa Sede en 1851.

A mediados de la centuria decimonónica se inició, además, una recuperación socioeconómica. En San Fernando, el pago puntual de los haberes del personal de la Armada, el pleno funcionamiento laboral del Arsenal y la floreciente industria de la sal (preponderante ya en el sector civil) favorecieron la prosperidad de la localidad.

Desde el punto de vista de las corporaciones que nos ocupan, esta etapa histórica se caracterizó por los rasgos siguientes:

La militarización de la política y de la vida pública (repetidos pronunciamientos y levantamientos, gobiernos presididos por generales o «espadones») tuvo su reflejo meridiano en los generales y oficiales de Marina que presidieron, dirigieron y gobernaron en las hermandades y cofradías isleñas del momento: Spínola, Ory, Carranza…, auténticos renovadores, sostenedores y «hacedores» de cofradías.
La destacadísima presencia castrense en las corporaciones demuestra la composición social predominante en ellas: la alta clase media isleña formada por las típicas familias de Marina. Esta presencia burguesa en las hermandades benefició a ambas partes: por un lado, ese desempeño otorgaba rango y abolengo, respetabilidad y prestigio a los marinos; por otro, su presencia supuso además un oportuno apoyo económico para las maltrechas cofradías.
El predominio «burgués-naval» en los órganos directivos de las hermandades repercutió en su consolidación y necesariamente en el fomento de un nuevo modelo de procesión organizado de forma más militar, más ordenado y acorde con los planteamientos sociales de ese grupo. Los marinos transplantaron a estas asociaciones religiosas sus esquemas organizativos. Fue el comienzo de uno de los rasgos fundamentales y caracterizadores de la Semana Santa isleña, sobre todo, el orden de cuño castrense. Bajo la influencia militar hubo así mismo una primera tentativa de crear un organismo aglutinador de las hermandades, una Junta Oficial de Procesiones, que quedó en ciernes y no tuvo continuidad.
Las procesiones de esta época estuvieron reducidas a cuatro: a) Cristo de la Expiración: el Jueves Santo portando un Calvario; b) Nazareno: la madrugada del Viernes Santo, sin montañeses y con marinos, llevando también en la procesión los pasos de la Virgen de los Dolores, san Juan, Verónica y Magdalena, cortejo que se mantendrá así hasta bien entrado el siglo XX; c) Virgen de la Soledad: el Viernes Santo por la tarde, sacando tres pasos, entre ellos el de la Santa Cruz, el único alegórico que hubo antiguamente en San Fernando; d) Santo Entierro: también el Viernes Santo, hermandad que vivió por entonces su etapa de máximo esplendor, con lo más escogido y aristocrático de la sociedad isleña en sus filas, labrando capilla propia en la iglesia del Carmen, sacando un deslumbrante cortejo romántico cada Viernes Santo, y viviendo numerosos desencuentros con la de la Soledad, que salía el mismo día, hasta el punto de tener que turnar ambas el año de salida por decreto episcopal.
No tenemos noticias de procesiones organizadas por las menguadas hermandades de gloria. Si acaso, alguna ocasional de la Virgen del Carmen, advocación mariana que en esta época fue ganando mucha devoción entre los marinos isleños, hasta convertirla en su protectora y patrona de facto.