Carlos III, benefactor de la Isla de León
Carlos III reinó casi 30 años (1759-1788). Fue un monarca reformista, el máximo exponente del despotismo ilustrado. Con él llegó a su apogeo la dinastía borbónica. Sus reformas contaron con el apoyo de eficientes ministros como Floridablanca, Campomanes, Aranda. Si el reinado de Felipe V había beneficiado fundamentalmente a Cádiz (traslado de la Casa de Contratación), el de Carlos III favoreció considerablemente a la Real Isla de León. Por ejemplo:
En 1764 se terminó de construir la nueva Iglesia Mayor Parroquial, que fue abierta al culto por el obispo fray Tomás del Valle en enero 1764. Fue titulada de San Pedro (en memoria de la antigua ermita donde radicó la primitiva parroquia) y los Desagravios (como reparación por las décadas durante las que el Santísimo recibió culto en el inhóspito Castillo de los duques de Arcos); más adelante se le añadiría el título de San Pablo, por ser la pareja litúrgica del Príncipe de los Apóstoles.
La parroquia de la fortaleza se abandonó totalmente después de casi un siglo de servicios y su recinto se secularizó. Pocos años después se establecerían allí las fuerzas de Infantería y Artillería de Marina. Esto supuso el traslado a la nueva parroquia de todas las hermandades y cofradías que hemos visto radicaban en la iglesia del castillo, así como de las establecidas en otras sedes pero que querían situarse ahora en el flamante templo parroquial.
Dos años después, una Real Cédula de enero 1766 hacía municipio independiente a la Isla, naciendo la Villa de la Real Isla de León, a pesar de la furibunda oposición del gobierno local gaditano.
Tres años más tarde se produjo el establecimiento en la Real Isla de León del Departamento Marítimo y sus principales instalaciones (Capitanía General, Academia y Cuartel de Guardias Marinas, Parroquia Castrense, Observatorio Astronómico), cristalizando y culminando así el proceso iniciado en los reinados anteriores. Ello fue acompañado de un magno plan edificativo de población militar que, tras varios proyectos grandiosos, se materializó en lo que hoy todavía llamamos Población de San Carlos, en honor de aquel monarca. La presencia en la Isla de León de la Armada y de la inseparable industria de construcción naval será esencial desde entonces en la historia de la localidad y repercutirá considerable y determinantemente en los aspectos demográficos, urbanos, políticos, económicos, sociales y, por supuesto, religiosos de la localidad.
Esta época prometedora para la Isla de León se prolongaría todavía durante la primera década del reinado de Carlos IV (1788-1808).
Edificaciones religiosas y nuevas hermandades
Nos interesa destacar que, a raíz de estos acontecimientos acaecidos en el fructífero reinado de Carlos III y primeros años de Carlos IV, la Real Isla conoció una verdadera fiebre constructiva militar y civil, pero también religiosa, al socaire del aumento de población y por tanto de las necesidades espirituales y las diversas devociones que se iban incorporando al acervo cultural de la localidad.
Las principales edificaciones religiosas fueron: convento-colegio de la Compañía de María (1760), Hospital de San José (1768); Santo Cristo (1775-1784), capilla labrada en tierras del Monte propiedad de la familia Madariaga, marqueses de Casa Alta, y según proyecto del alarife Juan García Quintanilla; Oratorio del Cristo de las Misericordias o Escuela de Cristo (1780); San Antonio (1780-87), joyita arquitectónica neoclásica y última obra del afamado arquitecto Torcuato Cayón; San Francisco (1784) que sustituyó a la primitiva iglesia del hospicio franciscano para albergar con más decoro a la Parroquia Castrense; iglesia parroquial de Nuestra Señora Rosario, del Arsenal (1785-1790/91), con sus propias hermandades y un plantel de artistas (los escultores del Arsenal) que tendrá mucha actividad en esos años, pues su apogeo coincide con la construcción de todas esas iglesias y su consiguiente demanda de imágenes sagradas.
Ya bajo Carlos IV se edificaron la capilla de la Divina Pastora (1789-1793), siguiendo el modelo neoclásico de la parroquia carraqueña; la capilla de Nuestra Señora de la Salud (1789-1793), situada a la salida de la Isla de León camino de Cádiz, según planos del maestro mayor de obras Juan del Toro y a iniciativa del inquietísimo y sorprendente presbítero genovés don Jaime Parodi Macaggi; finalmente, la capillita del Señor de la Humildad (1789), situada en las inmediaciones del caño de Zaporito, construida a iniciativa de un grupo de devotos de esta advocación, y en la que por primera vez se oirá hablar, en la Isla, de la advocación de Jesús de los Afligidos.
La construcción de templos fue indefectiblemente seguida de la fundación de nuevas cofradías:
Jesús Nazareno. Fundada en la nueva Iglesia Mayor Parroquial en 1768 por la colonia de ricos comerciantes montañeses (cántabros, asturianos, burgaleses), dueños y monopolizadores de las tiendas de comestibles y tabernas. Con un oscuro antecedente en la Hermandad del Nazareno del Carmen, según vimos, y con no menos difusos precedentes procesionales en los años inmediatamente anteriores a su fundación.
San Pedro. Fundada también en la nueva parroquia en 1778 por el estamento eclesiástico.
Divina Pastora. Fundada en 1782 merced a las fogosas prédicas del beato fray Diego José de Cádiz. Establecida primera en el oratorio de la familia Olea, luego en la nueva y actual iglesia que hizo construir la propia hermandad.
Vera Cruz. Fundada en 1784 en la capilla que llevaría su nombre, mas desconociéndose todavía su relación con la Vera Cruz de la Parroquia del Castillo, anteriormente citada.
San José. Creada en la Iglesia Mayor Parroquial en 1788, para dar culto al santo copatrono de la localidad desde 1766 y patrono principal desde 1800.
Santo Entierro. Fundada en 1795 en la capilla de la Virgen de la Salud por personajes distinguidos de la localidad. Sus comienzos generaron un ruidoso enfrentamiento con la Hermandad de la Virgen de la Soledad. Al ser reorganizada treinta y cinco años más tarde, se trasladó al Convento del Carmen.
Cristo de la Expiración. Establecida en la iglesia del Hospicio de San Francisco y Parroquia Castrense en 1796 por personal de la Real Armada en torno a la imagen de un crucificado que ya venía recibiendo culto por los frailes.
9 y 10. A fines de la centuria se fundaron las hermandades marianas de la Virgen de la Merced (1796, con doble influencia: gremial y jerezana; primero en la capilla del Santo Cristo y luego pasó a la Iglesia Mayor Parroquial), Virgen del Pilar (ca. 1798, en la céntrica capilla de San Antonio), y Nuestra Señora de la Salud (1802, en su propia capilla).
Puede observarse fácilmente que al concluir el siglo XVIII había en la Real Isla más hermandades de gloria (13 en total: Rosario, Pópulo, Carmen, Esclavitud del Santísimo, San Antón, Corazón de Jesús, Esperanza, San Pedro, San José, Pastora, Merced, Pilar, Salud; 14 si contamos la orden tercera. franciscana) que de penitencia (5: Soledad, Jesús Nazareno, Veracruz, Santo Entierro y Expiración; 6 si añadimos la orden tercera de Servitas). Es decir, las hermandades de gloria o letíficas triplicaban a las penitenciales o pasionistas.
Las reformas ilustradas sobre las hermandades
En principio, todas estas hermandades siguieron las líneas y características de las anteriores, comportándose como plenas hermandades barrocas, según el modelo ya expuesto.
Pero todas las hermandades isleñas fueron alcanzadas y afectadas por las medidas reformistas ilustradas dictadas para todo el reino por Carlos III, buscando, por una parte, acentuar el control civil sobre la política religiosa, y por otra, suprimir tradiciones seculares tachadas de incultas o supersticiosas. Fundamentalmente, fueron las siguientes:
En 1777: Prohibición de salir en las procesiones los disciplinantes o flagelantes (penitentes de sangre), los empalados, y de llevar los rostros tapados; obligación de salir con luz de día y de recogerse antes del ocaso.
En 1783: Decreto de extinción de las cofradías, especialmente las gremiales. Quedaron teóricamente suprimidas las que no tuvieran aprobación real o diocesana (y aun éstas quedaron obligadas a redactar nuevas reglas y someterlas a la revisión y aprobación civil), excepto las sacramentales (a las que se consideró útiles para las parroquias) y las unidas a éstas.
En 1787: Secularización de los enterramientos por motivos de salubridad pública. Cesaron gradualmente los enterramientos en cementerios adosados a las iglesias o en las bóvedas de las capillas de las mismas, como había sido costumbre hasta entonces por parte de las hermandades y cofradías, cuya actividad social fue así seriamente perjudicada.
Entre 1797-1802. Desamortización de Godoy. Un primer intento de expropiar los bienes de las hermandades y cofradías, aunque en la Isla de León fue leve y sin resultados prácticos de consideración.