Nacimiento de la Real Isla de León
Auge de la bahía gaditana. El nacimiento de la Real Isla de León A diferencia de lo que sucedió en ciudades como Sevilla, Málaga y la propia Cádiz, el origen de la Semana Santa isleña no puede remontarse al siglo XVI, ni tuvo una época dorada con el auge del Barroco durante el XVII. La historia de las hermandades y cofradías isleñas comenzó, en rigor, durante el reinado de Carlos II (1665-1700), el último monarca de la Casa de Austria.
La Isla de León era entonces una tierra de señorío, sometida a la jurisdicción de los duques de Arcos: los Ponce de León, que dieron su apellido a este territorio insular. Su incipiente y modesto núcleo urbano estaba configurado por la mole fortificada del castillo de la Puente o de León, por el viejo y sólido puente de Suazo con la industria de construcción naval allí establecida (el Real Carenero), y por los escasos inmuebles comprendidos entre ambas edificaciones o surgidos a su amparo, aparte de por alguna que otra ermita. Era, por lo demás, una tierra despoblada, salvo por algunas casas de recreo, haciendas y huertas diseminadas por su territorio. Desde el punto de vista que nos interesa, esta época es de génesis.
Hay constancia, sí, de la existencia de tres hermandades germinales: una sacramental, una de gloria (la Virgen del Rosario) y otra de penitencia (la del Santo Cristo). Las tres son mencionadas ya en documentos de 1676, por lo que podemos tomar ese año como fecha simbólica del inicio de la historia cofrade local. Pero, a efectos prácticos, la historia de las hermandades y cofradías isleñas comenzó en el siglo XVIII, con el advenimiento de la dinastía Borbón en la persona de Felipe V (1700-1746).
En verdad, con el reinado del primer Borbón se inició una época de oro para Cádiz y su bahía (incluida la Isla de León), que sería fomentada como zona estratégica de primer orden. Efectivamente, en 1717 se produjo el traslado de la Casa de Contratación desde Sevilla a Cádiz y ese mismo año comenzó a funcionar el arsenal de La Carraca (abandonándose poco a poco el Real Carenero del Puente Suazo, aunque no del todo); y en 1729 la Isla de León fue incorporada a la Corona, pasando a denominarse Real Isla de León y dejando de depender jurisdiccionalmente de la casa ducal de Arcos, a la que había pertenecido durante más de 230 años, desde el tiempo de los Reyes Católicos.
Como culminación de estas afortunadas medidas para la Real Isla, ya bajo el reinado de Fernando VI (1746-1759) se proyectó trasladar el Departamento Marítimo a ella y convertirla en municipio independiente de Cádiz. Todo esto se tradujo necesaria y oportunamente en un notabilísimo aumento demográfico, y por lo tanto en un incremento de las necesidades espirituales de esa creciente población, máxime en una época en que la religión impregnaba y regía las mentalidades.
Los templos y las primeras hermandades
El centro religioso de la Isla de León en esa época estaba en la iglesia parroquial del castillo. La Isla tuvo parroquia desde mediados del XVII, parece ser que primero en una ermita titulada de San Pedro, situada en las proximidades del castillo de los Ponce de León. La devoción a este apóstol parece haber sido muy apreciada por los Suazo, puesto que por ellos se denominó así -Sancti Petri- el caño o brazo de mar que nos separa del continente.
Mas, por ruina o falta de capacidad de la ermita, la parroquia se trasladó a la capilla de Santa María que estaba en el interior de la propia fortaleza. Por lo tanto no debería hablarse, en rigor, de la parroquia de Santa María del castillo, como suele hacerse, sino la parroquia de San Pedro establecida en la capilla de Santa María. De todos modos, el obispo don Lorenzo Armengual decretó en 1717, tras una visita pastoral a la Isla, que la parroquia se titulase Nuestra Señora de la Concepción, aunque parece ser que este título no fue muy usado. En realidad, todas las fuentes se refieren a ella simplemente como la Parroquia del Castillo y así podemos designarla sin más.
Como quiera que la Iglesia presentía o estaba bien informada acerca de los grandiosos cambios que iban a operarse en la Real Isla, no podía consentir la existencia una parroquia tan incapaz e insalubre como la del castillo. Se proyectó, de este modo, una nueva parroquia en un solar situado algo más arriba del Camino Real y donado por el Deán de la Catedral de Cádiz. Empezó a construirse hacia 1754, durando las obras diez años.
El otro polo religioso era la iglesia conventual del Carmen. La primitiva fue edificada en 1680. Medio siglo más tarde, en pleno reinado de Felipe V, fue sustituida por la hermosa iglesia barroca actual, abierta al culto en 1733.
Finalmente, en los últimos años de Felipe V (concretamente en 1745) se fundó el Hospicio de San Francisco con el patrocinio del piadoso matrimonio formado por D. Manuel de Arriaga y D0 Mariana de Arteaga, tras unos años durante los cuales los religiosos franciscanos tuvieron que hospedarse en un oratorio provisional habilitado y situado en la zona llamada de las Viñuelas (hoy plaza Rodríguez de Arias y calle Doctor Cellier).
La influencia de Cádiz sobre la Isla de esta época fue enorme en todos los órdenes, pues gaditanos y vecinos de Cádiz eran los habitantes de la Real Isla. Además, Cádiz era una ciudad cosmopolita, una de las principales de la España borbónica, un auténtico emporio comercial. Imposible sustraerse a su influencia: Cádiz era el modelo a imitar. También en el aspecto religioso.
En efecto, las primeras hermandades isleñas siguieron el modelo de las gaditanas y fueron de las tradicionalmente clasificadas como de gloria o letíficas:
- Virgen del Rosario. La devoción más querida por entonces en Cádiz era la de la Virgen del Rosario, sita en el convento de los dominicos. Era la Patrona de hecho de la ciudad, así como de las flotas de Nueva España y galeras de Tierra Firme. En el año 1755 (a raíz del maremoto) sería proclamada formalmente Patrona por el municipio gaditano. No es de extrañar, pues, que en la Isla de León poblada por vecinos de Cádiz la hermandad más antigua y próspera fuera la de Nuestra Señora del Rosario, establecida en la Parroquia del Castillo. De ella hay constancia ya en el año 1676, así que a esta corporación correspondería el hipotético título de «Primitiva Hermandad» isleña.
- Virgen del Pópulo. Otra devoción muy gaditana, con origen en una venerable devoción romana. Documentada en la Isla de León desde 1690. Llegó a poseer capilla propia en las inmediaciones de las Tres Cruces (hoy Alameda Moreno de Guerra). Por suerte, todavía podemos contemplar la que fue su imagen titular: un vetusto y venerable lienzo colgado en la pared frontal de la capilla del Sagrario de la Iglesia Mayor Parroquial.
- Virgen del Carmen. Fundada en el convento de los frailes carmelitas en 1698. Por consiguiente, era la tercera más antigua, y hoy es la primera al no existir las hermandades de Rosario y Pópulo. Su devoción fue creciendo entre las gentes de la mar que habitaban en las cercanías del convento y entre el personal de la Armada, sobre todo a raíz de la instalación en la Real Isla de León del Departamento Marítimo en 1769, de tal forma que fue convirtiéndose en la patrona de hecho de los marinos, en perjuicio de la advocación mariana del Rosario, que «sonaba» demasiado gaditana.
- Esclavitud del Santísimo y Archicofradía de las Benditas Animas. Fundada en 1733 para dar culto a la Eucaristía y dedicar piadosos sufragios por las almas de los difuntos. Su patrón era el arcángel san Miguel. Fue una asociación idéntica en casi todo a la ya existente en la parroquia del Sagrario (Catedral vieja, hoy Santa Cruz) de Cádiz, y hasta gobernada por sus mismas reglas.
- Finalmente, en la Parroquia del Castillo y luego en el hospicio franciscano, la V.O.T. de San Francisco. Fundada a inicios de la década de 1740, también a semejanza de las varias órdenes terceras franciscanas de Cádiz, particularmente la del convento Casa Grande de los frailes observantes.
Ya en el reinado Fernando VI continuaron las fundaciones a medida que aumentaba la población, las necesidades espirituales y, por ende, el asociacionismo religioso entre los vecinos isleños.
- San Antonio Abad. Fundada a finales de la década de 1740 en la capilla del Real Carenero del Puente de Suazo, trasladándose en los años 1770 a la Iglesia Mayor Parroquial donde tuvo altar y retablo propios.
- Congregación del Sagrado Corazón de Jesús. Fundada en la Parroquia del Castillo en 1753. Fue una devota corporación minoritaria y selecta, pero de historia constante.
- Virgen de la Esperanza. Misteriosa y atractiva hermandad que daba culto a otra advocación mariana con resabios marineros. Fue fundada a principios del reinado de Fernando VI en el Real Carenero del Puente de Suazo por trabajadores de la construcción naval y trasladada veinte años después a la nueva Iglesia Mayor Parroquial. Hermandad pujantísima durante la segunda mitad del XVIII, comparable en vigor y número de hermanos y devotos a las del Rosario y Carmen, pero desaparecida bruscamente hacia 1830.
En cuanto a las hermandades y cofradías de penitencia o pasionistas, siguieron igualmente el modelo de Cádiz, con la famosa tríada arquetípica compuesta por Vera Cruz, Soledad y Nazareno:
- Cofradía del Santo Cristo de la Caridad (o, simplemente, del Santo Cristo). Ya hay noticias de ella también en 1676. En los primeros años del XVIII parece ser que cambió su título, pasando a denominarse Señor de la Expiración, y finalmente Cristo de la Vera Cruz durante el primer tercio de dicha centuria. No sabemos si se trataba de una imagen (indudablemente, un crucificado) que cambió tres veces de título, si de tres hermandades distintas que se sucedieron, o si de dos hermandades pero una de ellas con un cambio de advocación. Lo cierto es que desde la segunda mitad del XVIII sólo persiste como corporación la primitiva Cofradía de la Vera Cruz. Salía en la noche del Jueves Santo y en su itinerario llegaba hasta el Convento del Carmen portando, parece ser, varios pasos. No sabemos la relación existente entre esta cofradía sita en el Castillo y la que se fundaría cuarenta años después en el barrio del Monte, hoy subsistente.
- Virgen de la Soledad. Se sabe que una imagen de este título ya era venerada a principios del XVIII en la Parroquia del Castillo. La fundación de la asociación de fieles tuvo lugar hacia 1746/47, según la fecha tradicional; quizás obtuvo la licencia episcopal en 1748. Fue una hermandad de facto durante veinte años, hasta que se aprobaron formalmente sus reglas en 1768.
- Jesús Nazareno. En 1751 se fundó una efímera hermandad al parecer con la bellísima talla de Jesús Nazareno del Convento del Carmen, imagen atribuida recientemente a la gubia de La Roldana. Pero todavía habría que aguardar unos años, a la fundación de la Hermandad de los Montañeses, para poder hablar con propiedad de la Cofradía de Jesús Nazareno, que fue finalmente erigida en 1768.
- Virgen de los Dolores. Precisamente en el último año de Fernando VI, en 1759, se fundó la Orden Tercera de Nuestra Señora de los Dolores (Servitas) que también siguió fielmente el modelo gaditano impuesto por la corporación homónima establecida desde treinta años atrás en la Parroquia de San Lorenzo de la capital.
Características de las hermandades dieciochescas
Como puede comprobarse, a mediados del siglo XVIII había en la Isla de León más hermandades de gloria o letíficas que de penitencia o pasionistas. Pero tanto unas como otras tenían rasgos comunes.
Su nacimiento obedeció a tres motivos: las directrices espirituales del Concilio de Trento (celebrado dos siglos antes); el arte y la teatralidad barrocos; y como respuesta o auxilio a los misterios que angustiaban al hombre de la época (guerras, epidemias, hambrunas).
Fundamentalmente se dedicaban a dar culto a sus imágenes titulares: cultos internos (en la festividad litúrgica del titular) y externos (rezo público del rosario al anochecer, del vía crucis, y la salida procesional en Semana Santa). Las de gloria sólo tributaban cultos internos, o todo lo más organizaban rosarios por las vías públicas con el estandarte de la hermandad, pero las procesiones con la imagen titular eran infrecuentes, aunque hubo excepciones. Las pasionistas o penitenciales sí se centraban en la procesión durante la Semana Santa con la imagen del titular, en conmemoración de la pasión y muerte de Jesucristo.
Ignoramos si en las procesiones pasionistas de la Isla de León llegó a darse la característica diferencia barroca entre hermanos de sangre y hermanos de luz. En todo caso, esta distinción existiría sólo en la oscura y mal documentada hermandad penitencial del Castillo.
Todas las hermandades tenían además como función primordial la previsión social: atender espiritual y económicamente a sus componentes en la enfermedad y en la muerte, haciéndose cargo de las exequias correspondientes. En una época en la que no existían los seguros de deceso, eran estas corporaciones las que aseguraban a sus integrantes un lugar y modo propio de enterramiento. De ahí el interés en alistarse en ellas: a los cofrades se les pagaba el entierro y se les sepultaba a los pies de los venerados titulares en criptas que las hermandades compraban al efecto. Esto lo hacían tanto las de gloria como las de penitencia. Aquí también había categorías: era más caro enterrarse por una que por otra (p. ej., más por la Hermandad del Carmen y en la iglesia del Convento que por la del Rosario y en el cementerio del Castillo), y esto se usaba vanidosamente como signo de distinción social.
Toda esta actividad cultual y social era financiada con limosnas y cuotas (limosna obligatoria) que pagaban los hermanos, así como por la incesante petición pública efectuada por los hermanos y cofrades bajo fórmulas variadísimas (demandas o postulaciones, alcancías o huchas, faroles nocturnos, etc). Estas fuentes de ingresos llegaron a originar conflictos entre algunas de las hermandades citadas a causa de la rivalidad por tener más alcancías públicas o faroles nocturnos petitorios repartidos por la villa, en definitiva por disputarse las limosnas de los fieles isleños. El problema se agudizaba cada vez que se fundaba una nueva cofradía y las otras temían ingresar menos cantidades. Digno de mención fue el pleito que la Esclavitud del Santísimo y Ánimas sostuvo a partir de 1768 por dicho motivo contra las hermandades del Rosario y Jesús Nazareno y los terciarios servitas.
Las hermandades isleñas nunca destacaron por la posesión de un rico patrimonio. Este solía limitarse a las imágenes, los enseres pertenecientes a éstas y los usados para el culto y las procesiones. Las únicas que quizás destacaron por el valor de sus enseres fueron la de la Virgen del Carmen y la Esclavitud del Santísimo. La citada hermandad mariana conventual y casi todas las establecidas en la nueva Iglesia Mayor Parroquial o trasladadas a ella (Rosario, Santísimo y Ánimas, Servitas, Esperanza, San Antón, Soledad, Nazareno) adquirieron a título de censo su respectiva capilla, altar y cripta de enterramiento. Varias eran propietarias de sus iglesias o capillas (Divina Pastora, Vera Cruz, Salud). Algunas llegaron a poseer bienes inmuebles y a percibir rentas en concepto de arrendamiento (Rosario, Carmen, Esperanza, Corazón de Jesús, Soledad, las órdenes terceras). Pero esta no fue una fuente de ingresos regular ni generalizada.
En cuanto a la composición social, era muy heterogénea, dependiendo del estamento al que se pertenecía y de la profesión que se ejercía. Los estamentos más altos solían alistarse en la Hermandad del Carmen y luego también lo harían en la del Santo Entierro, pero no de modo exclusivo. En el otro extremo de la pirámide social, hay noticias, si no de esclavos, sí de libertos (esclavos manumitidos) que pertenecían a hermandades como Rosario y Soledad.
Lo normal es que las hermandades agruparan a individuos de una misma profesión: así, p. ej., generales, jefes y oficiales de la Armada en la Hermandad del Carmen y después también en la del Cristo de la Expiración; clases subalternas de la Armada en la Divina Pastora; específicamente los de Artillería en la de Santa Bárbara; operarios de la construcción naval en la de la Esperanza, al menos en sus orígenes, pues según algunas fuentes esta hermandad agrupaba a los panaderos isleños; cordoneros y arrieros en la de San Antón; dueños de tiendas de comestibles y tabernas (montañeses) en la de Jesús Nazareno; zapateros en la de las Mercedes; eclesiásticos en San Pedro… Pero también se agrupaban por barrios (Pastora, Vera Cruz, Salud), o simplemente por la devoción a una imagen específica, tuviera el cofrade la profesión que tuviera o viviera en el barrio donde viviera.
Las hermandades del XVIII estaban gobernadas por cargos que duraban generalmente un año (algunos eran vitalicios) y que se elegían por votación en los cabildos, proceso minuciosamente regulado en las reglas y ordenanzas. Los nombres de estos cargos solían ser comunes a todas las hermandades: prioste (antecedente del actual hermano mayor), mayordomo (la verdadera figura fuerte y omnipotente de las hermandades de entonces, con muchas más facultades que los actuales mayordomos y asumiendo también las atribuciones del actual tesorero), secretario; fiscal, celador o censor; y los directivos denominados vocales, diputados, consiliarios o «hermanos mayores» (denominación que ostentaban los vocales en relación al resto de los cofrades que no pertenecía a la junta de gobierno y que eran considerados por ello hermanos «menores»). Además, las hermandades isleñas tenían servidores asalariados como el muñidor y, algunas, el pertiguero; ambos con funciones bien delimitadas en las ordenanzas respectivas.