Época isabelina

La época isabelina (1843-1868)

Esta época de crisis para las cofradías tuvo una tregua, un paréntesis de 35 años, durante la etapa de gobiernos moderados (fundamentalmente los de los generales Narváez y O´Donnell) del reinado de Isabel II. Después de los convulsos años precedentes, se normalizaron las relaciones entre el reino de España y la Iglesia Católica merced a la firma del Concordato con la Santa Sede en 1851.

A mediados de la centuria decimonónica se inició, además, una recuperación socioeconómica. En San Fernando, el pago puntual de los haberes del personal de la Armada, el pleno funcionamiento laboral del Arsenal y la floreciente industria de la sal (preponderante ya en el sector civil) favorecieron la prosperidad de la localidad.

Desde el punto de vista de las corporaciones que nos ocupan, esta etapa histórica se caracterizó por los rasgos siguientes:

  1. La militarización de la política y de la vida pública (repetidos pronunciamientos y levantamientos, gobiernos presididos por generales o «espadones») tuvo su reflejo meridiano en los generales y oficiales de Marina que presidieron, dirigieron y gobernaron en las hermandades y cofradías isleñas del momento: Spínola, Ory, Carranza…, auténticos renovadores, sostenedores y «hacedores» de cofradías.
  2. La destacadísima presencia castrense en las corporaciones demuestra la composición social predominante en ellas: la alta clase media isleña formada por las típicas familias de Marina. Esta presencia burguesa en las hermandades benefició a ambas partes: por un lado, ese desempeño otorgaba rango y abolengo, respetabilidad y prestigio a los marinos; por otro, su presencia supuso además un oportuno apoyo económico para las maltrechas cofradías.
  3. El predominio «burgués-naval» en los órganos directivos de las hermandades repercutió en su consolidación y necesariamente en el fomento de un nuevo modelo de procesión organizado de forma más militar, más ordenado y acorde con los planteamientos sociales de ese grupo. Los marinos transplantaron a estas asociaciones religiosas sus esquemas organizativos. Fue el comienzo de uno de los rasgos fundamentales y caracterizadores de la Semana Santa isleña, sobre todo, el orden de cuño castrense. Bajo la influencia militar hubo así mismo una primera tentativa de crear un organismo aglutinador de las hermandades, una Junta Oficial de Procesiones, que quedó en ciernes y no tuvo continuidad.
  4. Las procesiones de esta época estuvieron reducidas a cuatro: a) Cristo de la Expiración: el Jueves Santo portando un Calvario; b) Nazareno: la madrugada del Viernes Santo, sin montañeses y con marinos, llevando también en la procesión los pasos de la Virgen de los Dolores, san Juan, Verónica y Magdalena, cortejo que se mantendrá así hasta bien entrado el siglo XX; c) Virgen de la Soledad: el Viernes Santo por la tarde, sacando tres pasos, entre ellos el de la Santa Cruz, el único alegórico que hubo antiguamente en San Fernando; d) Santo Entierro: también el Viernes Santo, hermandad que vivió por entonces su etapa de máximo esplendor, con lo más escogido y aristocrático de la sociedad isleña en sus filas, labrando capilla propia en la iglesia del Carmen, sacando un deslumbrante cortejo romántico cada Viernes Santo, y viviendo numerosos desencuentros con la de la Soledad, que salía el mismo día, hasta el punto de tener que turnar ambas el año de salida por decreto episcopal.

No tenemos noticias de procesiones organizadas por las menguadas hermandades de gloria. Si acaso, alguna ocasional de la Virgen del Carmen, advocación mariana que en esta época fue ganando mucha devoción entre los marinos isleños, hasta convertirla en su protectora y patrona de facto.

 

 

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