La crisis posconciliar

El segundo período del Régimen de Franco, desde el punto de vista de las hermandades y cofradías, estuvo marcado por el Concilio Vaticano II. Tiempo de profundas y necesarias reformas, años de incierta expectación.

El Concilio fue anunciado por Juan XXIII en 1959, siendo inaugurado por el mismo papa en 1962 y clausurado solemnemente por Paulo VI en 1965. Fue recibido con gran esperanza y alegría en todo el mundo. Tras su clausura, comenzó inmediatamente en toda la Iglesia una gran actividad posconciliar. En la política española se manifestó, quizás, en el hecho de que un sector de la Iglesia comenzó a desvincularse del Régimen o a criticarlo abiertamente.

Con el Concilio se quiso lograr una renovación y puesta al día («aggiornamento») de la Iglesia Católica de cara al mundo contemporáneo, lo que entrañaba buscar el incremento de la fe católica, renovar las costumbres del pueblo cristiano y adaptar la disciplina eclesiástica a las necesidades actuales. Se buscaba un cristianismo más esencial y puro. Entre las reformas abordadas por el Concilio se encontraba la de la sagrada liturgia: se rechazó el lujo y la ostentación, lo aparatoso, lo que no fuera sencillo y más evangélico. Inevitablemente, se chocó con expresiones de culto tradicionales como las que llevaban a cabo las barrocas hermandades y cofradías, que de pronto parecieron anacrónicas y trasnochadas.

En aras del triunfo de la desnudez evangélica, se desembocó en una época en cierto modo «iconoclasta»: antiguas y venerables imágenes desechadas de los templos, altares y retablos desmontados y vendidos… En San Fernando en esta época se transformaron radicalmente los interiores de templos como la Iglesia Mayor, San Francisco y la Divina Pastora, extraviándose así un antiguo patrimonio histórico y artístico.

El Concilio coincidió en España con una época de notable crecimiento económico e industrializador: el llamado «desarrollismo» de los años 60 y principio de los 70. Este desarrollo material condujo a un crecimiento incontrolado de las ciudades, en las que se cometieron numerosos atentados contra los cascos históricos al no existir todavía una legislación protectora. En San Fernando, p. ej., se demolieron y desaparecieron para siempre templos isleños con tanta carga histórica como las capillas de San Antonio, del Auditor y la Escuelita de Cristo, en medio de la indiferencia general. El «desarrollismo» también originó indirectamente un cierto entibiamiento de la tradicional religiosidad católica española.

Con respecto a las hermandades, la necesaria y bien intencionada reforma litúrgica no fue siempre interpretada con tacto y mesura, pues al querer librar al culto divino del antiguo y obsoleto aparato litúrgico, sumió en crisis a las hermandades de gloria y a las casi centenarias congregaciones femeninas de cultos internos nacidas a finales del XIX. Unas perdieron su razón de ser y desaparecieron, especialmente las establecidas en las arruinadas capillas que hemos citado; otras llevaron una vida de auténtico decaimiento y escasez (Esclavitud del Santísimo, Orden Tercera de Servitas, Divina Pastora). A la hermandad de la Virgen del Carmen le salvó quizás su condición de Patrona de la Marina y de la ciudad, es decir sus vínculos con el Régimen, ya también caduco. A las cofradías de penitencia les salvó sin duda la estación de penitencia, la anual, popular y ansiada salida procesional.

En todo caso, las cofradías también sufrieron en estos años importantes dificultades económicas. Algunas no pudieron efectuar su salida en determinados años de la década de 1960 y primeros de 1970, como la del Cristo de la Columna; la mayoría la realizó modestamente. Otras tuvieron que prescindir de los cargadores y llevar transitoriamente los pasos sobre ruedas, como el Cristo de la Expiración. En general, las cofradías se mostraron apagadas y decaídas en estos años posconciliares; aunque hubo, claro, excepciones.

Un intento de renovación cofrade en la línea de austeridad deseada por el Concilio produjo una originalidad como Mater Amabilis (1972), siguiendo quizás los precedentes de hermandades como Amor y Sacrificio de Jerez, o de Ecce Mater Tua de Cádiz. Esta cofradía fue sin duda innovadora en varios aspectos de la Semana Santa, pero su orientación ascética no tuvo la continuidad apetecida.

 

 

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